20 01 2022 HUBO UNA VEZ UN CARRO DE CÓMICOS
El tópico acuña la idea de que el ser humano es un animal de costumbres cosa que, al parecer, también confirman algunos estudios científicos. Lo acepto, sin mayores discusiones. Cierto que también disponemos de cierta capacidad para improvisar en algunos casos, pero siempre dentro de los límites que a cada cual impone sus propias circunstancias y, desde luego, estando de manera mayoritaria sujetos a la sucesión rutinaria de una amplia serie de cuestiones cotidianas que repetimos constantemente, todos los días, desde la higiene mañanera hasta la mecánica de ir a comprar el pan. Hasta que, por algún motivo, se corta alguna de esas operaciones y el ritmo costumbrista se interrumpe o cambia de sentido.
Durante
muchos años, Cristian Casares venía a verme un día, generalmente en fechas
próximas a la primavera, para contarme sus cuitas, siempre en torno a sus
proyectos (más bien sueños), que en los últimos tiempos tenían un leitmotiv
concreto: el empeño por sacar adelante, frente a la habitual indiferencia
institucional, el desarrollo del Triángulo Manriqueño, que había concebido como
línea de comunicación en torno a la figura de Jorge Manrique, uniendo el lugar
en que fue herido, el Castillo de Garcimuñoz, el sitio en que murió, Santa
María del Campo Rus y el punto de destino definitivo para su cuerpo, el
monasterio de Uclés, configurando una propuesta literaria, turística y
gastronómica que empezó a encontrar cierto arraigo. A lo que unía, en los
últimos tiempos, el deseo de publicar un libro de título tan sugestivo como
poético, “Alfareros de nuestros propios sueños”; le ayudé en las gestiones,
infructuosas, para conseguir que lo editara quien podía hacerlo. Como recuerdo
me dejó el manuscrito, una auténtica joya, animado el texto con los dibujos del
propio autor.
Cristian
Casares era licenciado en Ciencias Políticas pero jamás ejerció de tal,
sustituyendo esa presunta dedicación por la del teatro (y también el cine y la
TV, donde hizo pequeños papeles), pero en los escenarios encontró su verdadero
habitáculo y a ese oficio se dedicó en cuerpo y alma, mientras vivió. Para la
historia quedará su integración en Los Goliardos, aquel ya mítico grupo teatral
que bajo la dirección de Ángel Facio se convirtió en la punta de lanza del
Teatro Independiente, en los fecundos y animados tiempos postreros del
franquismo, cuando la cultura brilló con auténtica lozanía, con un empuje y
entusiasmo que luego, me temo, ya no han vuelto. Pero lo que realmente hace
trascendente, casi inmortal, a Cristian Casares es la genialidad de haber
inventado y puesto en marcha Los Cómicos del Carro, un carromato de verdad,
transportando actores de carne y hueso, para ir de pueblo en pueblo ofreciendo
versiones teatrales, unas propias, otras adaptadas de los clásicos, incluyendo
entre ellas “El enamorado de la muerte”, en torno a la figura de su admirado
Jorge Manrique. En la historia del teatro español contemporáneo, que no se si
alguien ha escrito ya, la aventura lúdica, sentimental y romántica de Los
Cómicos del Carro debería ocupar un lugar muy destacado. Fue algo hermoso,
mientras duró.
Hace
unos pocos años, en uno de esos viajes que hago por la provincia, curioseando
en los entresijos de los pueblos, me encontré casi de sopetón (y sin esperarlo)
con que en un almacén algo desvencijado de Santa María del Campo Rus sobrevive,
como una reliquia maravillosa, el carro, tal cual había sido diseñado por
Cristian Casares. Allí estaba (y creo sigue estando) como esperando la llegada
de una mano amiga que lo recupere, lo limpie, restaure sus desperfectos y lo
sitúe en un lugar visible, un amable recinto abierto al público en el que se
pueda contemplar y recordar el significado y valor de aquella extraordinaria
aventura que paseó el teatro clásico por los pueblos, entonces ya vaciándose,
de la España interior. Cristian murió en el año 2002, hace ahora veinte años y
estaría bien, muy bien, que quien tiene medios y dineros para hacerlo (o sea,
la Diputación Provincial) acudiera en busca del Carro y lo volviera a poner en
condiciones, como parte que es, también y desde luego, de nuestra memoria
histórica. Y, sobre todo, de la maltratada cultura conquense, hecha de girones
y sueños frustrados. Los sueños, sueños son, pero a veces es posible traerlos a
la realidad.
José Luis, eres tú la persona que viajó en taxis y descubrió en donde estaba el carro? Es una anécdota que circula en los comentarios de mi pueblo, Santa Maria del Campo Rus. Fui amigo y seguidor de Cristian y tenía de médico a su padre.
ResponderEliminarLlevas toda tu razón, pero nos falta más por descubrir de lo que significó Cristian.