16 12 2021 LA OLVIDADA SAGA DE LOS ROMERO GIRÓN

 


En la muerte de Manolo Santana se han multiplicado, como suele ocurrir en estos casos, las notas biográficas sobre el gran tenista desaparecido, con especial insistencia en sus triunfos de los mejores momentos y alguna leve alusión a sus humildes orígenes en los que, sin embargo, encontró la mano protectora de una familia pudiente que descubrió sus posibilidades y lo puso en el camino del aprendizaje y el entrenamiento de un deporte entonces reservado sólo para los miembros elitistas (y ricos) de la sociedad, quedando el fútbol para el pueblo llano. La familia tenía nombre y residencia: los Romero Girón, hacendados agrícolas de origen alcarreño afincados económica y políticamente en la Serranía de Cañete.

    El elemento clave de esta saga es Vicente Romero Girón, nacido en Valdeolivas en 1825, cuya actividad es imposible resumir en las pocas líneas de este artículo: jurista, político de corte liberal progresista, republicano con ribetes revolucionarios (era miembro del partido de Ruiz Zorrilla), federalista de firmes convicciones, había estudiado en el seminario de San Julián y ejerció el periodismo durante varios años. Entregado de lleno no sólo al ejercicio de la abogacía sino al estudio de las Leyes, intervino con notable éxito y calor en los debates sobre la naturaleza del jurado y participó en repetidos congresos en torno a la modernización de los códigos de justicia y también publicó algún libro sobre estas materias. Estaba en Cuenca reponiéndose de una enfermedad cuando estalló la revolución de 1868, que abrazó de inmediato, integrándose en la Junta Revolucionaria formada en la capital conquense. Todo ello, sin embargo, no le impidió, a la vuelta de la monarquía, aceptarla y servirla como diputado y senador (siempre por Cuenca) y ministro de varias carteras. Ocupando una de ellas, la de Ultramar, le correspondió firmar en 1898 el decreto que ponía fin al imperio donde nunca se ponía el sol. En el mismo año de su muerte (1900) se le reconoció el derecho a dar forma compuesta a su apellido.

     De esa manera encontramos al siguiente miembro de la saga familiar, Vicente Romero-Girón López-Pelegrín, que siguió los caminos de su padre en política, como diputado y senador entre 1896 y 1918 siempre por el distrito de Cañete, además de ejercer como abogado defensor del Ayuntamiento de Cuenca en varios de los pleitos que mantuvo con los pueblos de la Sierra por cuestiones relacionadas con los montes. En todo ese devenir, la familia se había hecho con la propiedad de una extensa finca situada en el término de Pajaroncillo, a la vera del Cabriel, que había sido propiedad de los dominicos de Carboneras y que pudieron adquirir durante la Desamortización. En ese lugar, El Cañizar, desarrollaron una potente actividad maderera que a comienzos del siglo XX implantó una industria resinera que dio trabajo a cientos de personas de la comarca. Allí levantaron dos complejos urbanos, uno en la parte baja, junto al río, para la fábrica y residencia de los trabajadores; otro, en la parte alta, la casa de la familia propietaria y sus invitados.

     A ese lugar traían los Romero-Girón a su sirvienta, Mercedes, y a su hijo, Manolín, que en la pista de tenis construida en la finca empezó a descubrir la magia que se puede establecer entre una raqueta y la pelota. La familia, además, actuó con enorme clarividencia social: al regreso a Madrid llevaron al niño al elitista Club de Tenis al que pertenecían y lo introdujeron en él para que aprendiera las normas y la técnica de lo que ya estaba demostrando de manera espontánea. Y así, de aprendiz y recogepelotas pasó, como en un soplo, a campeón de Wimbledon

      El poblado de El Cañizar se abandonó en la década de los 90 del siglo XX, pero aunque ruinosas, aun se pueden ver casas e instalaciones industriales, incluyendo la alta chimenea que, como un símbolo del tiempo ido, se mantiene en pie dando fe de cómo se vacían estas tierras del interior. Todavía en el año 1950 el censo registra la existencia de 411 habitantes. De ahí, a cero. En El Cañizar trabajaba el ingeniero Enrique O’Kelly cuando en uno de sus paseos a caballo por los montes inmediatos, un día de 1917 se encontró con un abrigo rupestre, en la Peña del Escrito, en el que había unas pinturas prehistóricas.

      Los Romero-Girón actuales se dedican al mundo de la economía y las finanzas. Ninguno de ellos ha seguido el camino de las veleidades políticas en que sus antepasados estuvieron tan a gusto.

 

 

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