02 12 2021 DÍAS DE FIESTA PARA UNA CIUDAD HISTÓRICA


Estamos de fiesta. La ciudad está de fiesta. Cumple 25 años desde que fue incluida en la Lista del Patrimonio Mundial, un privilegio reservado a solo unos pocos lugares, entre los miles que forman el conglomerado urbano repartido por la superficie de la Tierra. Cualquiera que esté desinformado (una especie actualmente muy extendida) podría pensar que aquello fue un regalo caído del cielo, como una suave llovizna llegada a tiempo. No lo fue, ni mucho menos. Detrás hubo un intenso trabajo, técnico, informativo, diplomático, a cargo de una ciudad muy poco acostumbrada a las relaciones públicas, donde abunda la creencia de que las cosas suceden porque sí, sin necesidad de llevar a cabo esfuerzos concienzudos.

Intento recrear ahora, hasta donde me llega la memoria, cómo fueron aquellos meses que se fueron prolongando desde que surgió la idea inicial hasta que se produjo la eclosión definitiva. Parece innecesario señalar que, al comienzo, el crónico sentimiento pesimista que forma parte de la naturaleza conquense, miró el proyecto con no poco escepticismo. “Sí, hombre, a nosotros nos van a dar eso”, decían algunos que recuerdo como si los estuviera viendo y oyendo, porque “eso”, pensaban, quedaba reservado para otros, mientras que para nosotros, las sempiternas fuerzas del mal impedirían cualquier desarrollo positivo. No hay por qué remover ahora situaciones que, en muchos casos, no pasaron de la anécdota, pero que fueron jalonando aquel proceso hasta llegar al final feliz, recibido al principio con un poco de desconcierto por quienes no lo esperaban y pronto con la íntima satisfacción que siempre generan los regalos endulzados.

El mundo, dicho así, en un singular que abarca a todos los países, reconocía que esta ciudad tenía unos valores urbanísticos y ambientales dignos de ser protegidos por ese mismo mundo que otorgaba declaración. Conviene no olvidar que nos referimos al casco histórico de Cuenca, no a la totalidad de la ciudad y eso introduce un agravio comparativo entre los dos sectores que configuran el espacio urbano conquense. Con algunos problemillas que surgen de vez en cuando, con algunos desconciertos en cuanto a la forma de afrontar situaciones concretas, el núcleo histórico se mantiene en condiciones bastante correctas, aunque de vez en cuando haya que dar un toque de atención para que los cuidadores no se descuiden, mientras que la otra ciudad, la moderna, ofrece en muchas de sus calles un aspecto que tiene mucho que ver con la cochambre, con docenas de fragmentos de acera rotos, con la invisibilidad casi total de las rayas horizontales marcadas en las calzadas, entre ellas y de manera especial los badenes elevados que intentan proteger el paso de los peatones. 

En el casco histórico de Cuenca se venía haciendo ya un esfuerzo importante, desde que a mediados de los años 50 del siglo XX surgió en el seno del consistorio municipal la conciencia de que era preciso poner fin al enorme deterioro ya producido y reinvertir el proceso para poner en marcha otro encaminado a la recuperación de calles, plazuelas y edificios. El resultado fue, ciertamente, muy llamativo, teniendo en cuenta los escasos medios entonces disponibles. Conviene aquí recordar aquel momento inicial y recordar, al menos con respeto, al alcalde Jesús Moya Gómez y a los concejales Florencio Cañas y Gregorio de la Llana que encabezaron aquel movimiento en el que, aparte los medios técnicos, pusieron en juego un enorme sentido comprensivo de lo que la ciudad había sido en el pasado y podría volver a ser en el futuro. A finales de ese siglo y tras el trabajo de varias corporaciones y muchas personas (un recuerdo muy personal para Miguel Ángel Troitiño), todo estaba a punto para que se pudiera llegar a la declaración de Patrimonio de la Humanidad.

Es una pena que el primer edificio restaurado y recuperado, la iglesia de San Miguel, se encuentre en la penosa situación que ahora sufre, en estado de abandono u olvido. Lo digo no por incordiar con espíritu crítico, sino para recordar a todos, responsables y ciudadanos, que ese edificio existe, con una enorme carga simbólica sobre sus muros. Es injusto que no se haga todo lo posible por volver a dejarlo en aceptables condiciones de uso cuanto antes. Para que la fiesta de estos días sea completa y la ciudad pueda sentirse realmente satisfecha del reconocimiento ofrecido por el resto del mundo, ahora hace 25 años.


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