25 11 2021 SEGÓBRIGA, UN LUGAR PARA EL ENCANTAMIENTO

 


Cualquier acercamiento a un sector del mundo antiguo significa penetrar en un ámbito de misterio cuyos matices se van desentrañando poco a poco (quizá demasiado lentamente, para el gusto de la época precipitada que nos ha tocado vivir) y en el que todavía son más las preguntas que las respuestas. El espectador visitante se encuentra ante un amplio despliegue de elementos visuales cuyas características provocan un sentimiento de admiración, pero sobre los que quisiera saber más de lo que en ese momento le explican. Sobre todo, querría encontrar en ese paisaje poblado de ruinas, de hermosas ruinas, ciertamente, los seres humanos que las habitaron, los pueblos que dieron vida a este espacio ahora abandonado, la forma en que utilizaron esos edificios que delinean ante nosotros sus formas, algunas espectaculares.

            Entrar y recorrer un lugar como Segóbriga es vivir en primera persona la experiencia que los poetas (fray Luis de León en cabeza) han puesto en verso: qué descansada vida, cuánto sosiego se puede encontrar tan pronto se abandona el tránsito por los caminos de la modernidad y se pasa a este otro donde predomina, sobre todo, un sentimiento placentero, sin precipitaciones. Las prisas han quedado atrás, fuera del espacio acotado que nada más dar unos pasos por los caminos interiores despliega ante la mirada toda la grandeza y la belleza que durante siglos fueron desarrollando quienes las habitaron, esos seres a los que nos gustaría conocer, sin poder hacerlo.

            De algunos de ellos conocemos las tumbas vacías. Están situadas a ambos lados del paseo que desde la entrada conduce a los espacios interiores. Acompañan, desde un silencio de siglos, los pasos de quienes caminamos en busca de los misterios del pasado, de una época tan diferente a la actual. Segóbriga es una de las ciudades de la meseta más citadas por los historiadores latinos, pese a lo cual no fue fácil su exacta localización posterior, que fue interesadamente discutida por quienes pretendían apropiársela, hasta que la verdad, limpia y clara, impuso su insobornable veredicto. Hoy no queda ya la menor duda de que este hermoso recinto, el mejor conservado y el más vistoso de cuantos existen en la provincia de Cuenca (más aún: en toda la Meseta castellana), corresponde a la antigua Segóbriga, la Caput Celtiberia, cabeza de la Celtiberia, según expresiva y afortunada definición de Plinio.

            A partir de aquí, la realidad se impone con sus certezas. Es sugestiva la belleza del anfiteatro y magnífico el trazado del teatro, no muy grande, pero sí suficiente para satisfacer las necesidades de la población e incluso de las aldeas próximas, cuyos habitantes también sintieron el atractivo de los espectáculos escénicos, dando así inicio al turismo cultural. Hay mucha elegancia en el foro, magnificencia en la basílica y funcionalidad práctica en las termas. Son algunos de los elementos más notables del conjunto segobricense, que alcanzó su esplendor coincidiendo con el del imperio, en la época de Augusto y sus inmediatos sucesores. Antes había sido solo una pequeña aldea, a partir de la que se construyó una ciudad de nueva planta, en la que no faltaron templos y profusión de monumentos y esculturas. Todo ello fue rodeado por una poderosa muralla que protegía por completo el espacio habitado.

            Luego llegó la decadencia, el vacío, la sucesión de culturas (visigodos, musulmanes, cristianos) hasta el abandono total. Lo de la España vacía no es cosa de hoy, viene de muy atrás. Segóbriga se convirtió en un mito de imprecisa localización, hasta que Ambrosio de Morales, ya en el siglo XVI, la señaló con el dedo, pero no pudo pasar de ahí. Es necesario esperar a finales del XVIII para que un prior de Uclés, Antonio Tavira, se tome muy en serio el interés por averiguar el origen de aquellas piedras antiguas que se distribuían por un cerro olvidado, próximo a la población de Saelices. Durante días de trabajo fueron recuperando lápidas, inscripciones, fragmentos y objetos varios hasta llegar al convencimiento de que ese era un lugar de importancia, digno de ser investigado a fondo.

            Desde lo alto del cerro de Cabeza de Griego, la ermita visigótica dedicada a Nuestra Señora de los Remedios contempla el dilatado horizonte de los paisajes manchegos. A sus pies, la ciudad de Segóbriga dormita en un silencio de milenios apenas interrumpido por los pausados trabajos de las excavaciones. Con la imaginación podemos ver y hablar con los antiguos habitantes del lugar, cordialmente dispuestos a contar sus experiencias vitales.

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