04 11 2021 LA AUTOVÍA QUE DUERME EN UN CAJÓN

 


Hablando de políticos, uno no acaba de aprender o, dicho de otro modo, siempre son capaces de sorprendernos. Es maravilloso con qué desfachatez salen a la palestra para decir cualquier cosa, incluso contradiciendo lo que habían dicho en un tiempo anterior, como si no fuera con ellos, como si no tuvieran nada que ver con lo que pasó antes. Han olvidado promesas y declaraciones, pero lo que resulta más llamativo es que pretenden conseguir que los demás también las olvidemos. Menos mal que hay archivos y datos. Y memoria, sobre todo, memoria.

          Para no irme por las ramas de las elucubraciones y volver al terreno de las cosas concretas, diré que el arranque de este comentario surge al oír que los actuales dirigentes del PP regional reivindican y exigen la construcción de la autovía Cuenca-Albacete, dando por supuesto que la culpa del parón la tiene el partido contrario, ahora en el gobierno, olvidando que esa responsabilidad es, al menos, compartida, porque fueron ellos mismos, bajo la nefasta batuta de la señora Cospedal, los que decidieron no construir la que ahora les parece tan necesaria carretera.

        En noviembre de 2005, y en el ámbito de la habitual rueda de promesas etéreas que los políticos suelen desgranar en su tendencia a estar de campaña electoral permanente, el presidente de la Junta de Comunidades, José María Barreda y la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, anunciaron la inmediata ejecución de una conexión por autovía entre Cuenca y Albacete, mediante el trazado de una obra diferente a la carretera entonces denominada N-320. En una actitud condescendiente hacia ambas capitales, el anuncio incluía la noticia de que las obras empezarían simultáneamente por los dos extremos de la nueva autovía.

         Las cosas parecían ir realmente en serio y por ello dos años después, en octubre de 2007, se dio a conocer un primer estudio informativo sobre el trazado propuesto de la que ya se denominaba oficialmente Autovía del Júcar. Pasaron dos años más y en 2009 el proyecto había superado el trámite de impacto medioambiental. En este caso, parecía que el anuncio oficial empezaría a encontrar reflejo en la realidad, en forma de obras. El Consejo de Gobierno de Castilla-La Mancha aprobó en su reunión del 25 de mayo de 2010 la licitación de los dos primeros tramos y el 26 de enero de 2011 se procedió a adjudicarlos, uno con arranque en Cuenca y otro en Albacete, sumando ambos un total de 42 kilómetros, con un presupuesto conjunto cercano a los 200 millones de euros. Todo iba miel sobre hojuelas, pero miren ustedes por donde en la primavera de ese año hubo elecciones con la triste fortuna de que en la región las ganó el PP con María Dolores de Cospedal al frente, cuya primera decisión fue la inmediata cancelación de la obra que estaban a punto de comenzar. Para justificar su actitud, la dirección general de Carreteras se inventó de prisa y corriendo un análisis técnico-económico del proyecto de la autovía para llegar a la conclusión de que “no era rentable económica ni socialmente en ninguna de las hipótesis de tráfico analizadas”. Y con tan sólido argumento se archivó el proyecto.

       Producido el cambio de turno político, con el regreso del PSOE al gobierno regional con el señor García-Page al frente, se retomó el antiguo proyecto aunque con planteamientos diferentes y en noviembre de 2016 se anunciaba la intención de adecuarlo a la realidad del momento, considerando que la mejor solución para conectar Cuenca y Albacete pasa por duplicar la actual carretera (o sea, hacer una chapuza), obra que tendría un coste probable en torno a los 225,3 millones de euros, más de cien millones inferior al primitivo de 359 millones cuando se contemplaba una vía totalmente nueva.

      Han pasado 16 años desde la primera noticia de este relato, que podría ser cómico si no fuera verdaderamente dramático, porque a falta de autovía, lo que hay es una carretera de infame trazado, sin que haber sido transferida por el Estado a la Comunidad Autónoma haya representado ningún beneficio ni mejora en las condiciones de una vía inapropiada para cubrir el espacio que le corresponde ni la finalidad que debería asumir, tanto en el tráfico de personas (tiene una gran importancia turística) como en el de vehículos pesados.

       Y así es como estamos: unos por otros y la casa sin barrer. Y el proyecto de autovía, en un cajón de quien sabe qué funcionario.

 

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