18 11 2021 IMAGEN DE UN TIEMPO IDO, QUE NO VOLVERÁ
No hace falta realizar una encuesta o sondeo de opinión. Pero si la hiciéramos, dentro del abundante repertorio de problemas que aquejan a la ciudad de Cuenca, estoy totalmente seguro de que en primer lugar los ciudadanos pondríamos de manera mayoritaria el asunto del tráfico. Hay un claro sentimiento colectivo no solo de que hay un serio problema, sino también de que no se están poniendo en juego medidas correctoras que ayuden a mejorar la situación, como si los responsables hubieran decidido arrojar la toalla y dejar que cada cual se las arregle como pueda. Eso, hablando del tráfico en general, que incluye a toda la ciudad y sin particularizar el caso específico del casco antiguo, que es harina de otro costal, como es bien sabido.
Por
supuesto, este es un tema universal, que afecta a casi todas las ciudades del
mundo en cuanto tienen un cierto nivel de desarrollo y solo se libran los
pueblos pequeños, donde todavía es posible circular y aparcar. En las ciudades
se aplica una sencilla ley física: el espacio es el que es y tiene capacidad
para absorber un número determinado de coches. Cuando hay más, ya saben lo que
toca: atasco y desesperación.
Este tiempo de atrás me sorprendió una
noticia que llegaba de Roma, que tiene fama de tener la circulación más caótica
del mundo, en competencia directa con algunas ciudades del mundo árabe donde,
como es sabido, cada cual va por donde quiere y los peatones se las apañan como
pueden, a la hora de cruzar las calles. En Roma han tenido una idea genial:
recuperar los “pizzardone” tradicionales, los guardias de tráfico que en los
cruces de las calles, dirigían el paso de los vehículos mediante un habilísimo
manejo de las manos, con la eficaz ayuda del silbato. Esa fue una figura romana
tradicional que mereció honores en no pocas películas de la época.
Los
de Roma tienen la fama pero, naturalmente, guardias de tráfico hubo en otros
muchos sitios. Manolo, guardia urbano, fue
la versión española de los “pizzardone”, dirigida por Rafael J. Salvia (1956) y
con Manolo Morán en el papel del guardia bonachón, siempre dispuesto a ayudar
al prójimo. A Juan Antonio Cortinas nadie le hizo una película, pero sí alguna
fotografía, un tanto ajada por el paso de los años pero que, unida a los
recuerdos, viene ahora a alimentar la nostalgia por un tiempo ido. El guardia
Cortinas (así le llamábamos) era alto y bien plantado, con la figura recta, el
uniforme bien puesto en su sitio y el salacot debidamente situado en la cabeza,
como signo de distinción y reconocimiento de que su papel era único, pues nadie
más debería atreverse a llevar semejante tipo de sombrero. El lugar de trabajo
de Cortinas era, cosa lógica, los puntos conflictivos que por entonces se
producían en el todavía incipiente tráfico callejero conquense. El más
complicado de todos, el cruce de Carretería con Sánchez Vera; como alternativa,
según los casos, el de la Plaza de Cánovas entonces, hoy de la Constitución.
Allí se plantaba el guardia y ponía en juego sus manos para con cuatro eficaces
movimientos parar o dar paso a los vehículos que, obedientes, seguían sus
instrucciones. Una imagen familiar llegaba cada año, en Navidad, cuando en el
lugar de la actuación, los ciudadanos iban depositando regalos que, aparte su
posible valor económico, tenían otro mucho más importante, el del
reconocimiento hacia un trabajo que resultaba útil y digno de aprecio.
Todo
ello terminó cuando en 1969 el Ayuntamiento decidió implantar los primeros
semáforos, precisamente en el punto de trabajo de Cortinas, que de esa forma
vio como era relegado de la misión en la que era un maestro. Imagino que le
darían otros encargos, ninguno de tanta relevancia como aquel y que, las cosas
como son, no creo que el actual consistorio tenga ninguna gana de recuperar,
como han hecho en Roma, en lo que parece un intento a la desesperada de poner
un poco de orden en tan complejo problema. Y, sin embargo, en el caso de
Cuenca, un personaje así resultaría utilísimo en esa misma Plaza de la
Constitución convertida ahora a un auténtico caos sin control alguno, de la
misma manera que tendría utilidad que un policía local se diera una vuelta de vez
en cuando por Carretería para controlar la sucesión de fechorías que cometen
los nuevos útiles circulatorios o que en alguna ocasión fueran a ver lo que
pasa en las paradas de autobús de la calle Colón, permanentemente ocupadas por
vehículos de transporte. Pero me da que estas pequeñas cuestiones no figuran en
el repertorio de preocupaciones de tales agentes.
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