07 10 2021 UNA JOYA DEL ARTE RENACENTISTA
Si se hiciera una competición entre pueblos de la provincia para establecer un orden en cuanto a riqueza monumental, sin duda que Huete estaría en los puestos de cabeza, si no en el primero, tal es la cantidad y la calidad de los edificios que conserva, alguno de ellos en feliz estado y otros en preocupante situación, lo que nos lleva, siempre, al ya conocido lamento hacia los descuidos con que durante siglos y generaciones se ha tratado este asunto, dejándolo como herencia a quienes ahora tienen la responsabilidad de conservarlos pero no los medios suficientes para hacerlo. En Huete hay de todo: felices restauraciones, como las de El Cristo o Santa María de Atienza y necesidades, muchas necesidades (Santo Domingo, San Nicolás de Medina, La Merced, la Casa de los Linajes).
Voy
con el primero de los citados, el conjunto conventual de Santa María de
Castejón, conocido popularmente como El Cristo, que ostenta como portada
principal de la iglesia una de las auténticas joyas del Renacimiento en Cuenca.
La obra del convento se inició a mediados del siglo XVI por iniciativa del
canónigo Marcos de Parada (apellido éste fuertemente vinculado a la ciudad
optense) que lo puso en manos de las monjas justinianas, cuatro de las cuales
pasaron desde Cuenca a Huete para llevar a cabo la fundación.
Todo
ello quedó trastocado, como es bien sabido, cuando en el siglo XIX se puso en
marcha el proceso desamortizador que trajo el abandono de numerosas órdenes
religiosas y, de paso, el de los edificios que utilizaban y que perdido su
destino original sirvieron para fines de lo más diversos, desde escuelas a
hospitales o almacenes de materiales y aperos agrícolas. Ese fue también el
destino de El Cristo, con la feliz fortuna de que ya en este siglo se puso en
marcha una operación salvadora que incluyó la restauración total del hermoso
claustro y la adecuación de salas interiores para situar en ellas un Museo de
la Fotografía, inmerso en la Fundación Antonio Pérez, de la Diputación
Provincial, cuya visita siempre es interesante y estimulante.
En
un lateral del complejo queda situada la iglesia, cuya espectacular portada
agota todos los calificativos que podrían aplicársele. Ya dije antes que es una
joya renacentista, ese periodo artístico que dejó en la provincia de Cuenca un
notable repertorio de obras de arte (recodemos aquí, otra vez, el Arco de
Jamete, ahora cuestionado por un informe negativo y discutible de Hispania
Nostra) y que en el caso de esta portada no tiene un autor reconocido, lo cual
es una pena, porque sería interesante poder atribuírselo a uno de los grandes
maestros que trabajaban entonces. Algunas veces se ha señalado a Alonso de
Berruguete, lo cual es imposible porque murió cuando la obra estaba aún en sus
inicios; Fernando Chueca apunta a Andrés de Vandelvira, que por entonces
trabajaba en Cuenca e incluso hay quien se orienta hacia el propio Esteban
Jamete, pero lo cierto es que, por ahora, descubrir al autor de esta colosal y
bellísima portada es uno de los secretos mejor guardados en los documentos
históricos.
La
descripción detallada de los elementos que forman parte de esta inmensa
arquitectura requiere un espacio amplio y tampoco es cosa de entrar aquí en
esas minucias propias de los libros de arte. Digamos, por abreviar, lo que se
puede apreciar en la imagen: se divide en dos cuerpos, con un gran arco de
medio punto enmarcado por cuatro columnas de orden jónico sobre pedestales y adornada
con las esculturas de San Pedro y San Pablo, dentro de hornacinas envueltas en
una gran cantidad de referencias teológicas, cuidadosamente representadas. En
el cuerpo superior domina la presencia central de otro arco, paralelo al
inferior; en el espacio que delimita figura un bellísimo nacimiento de Jesús,
compuesto por ocho figuras; sobre esta estructura aparecen cuatro figuras
escultóricas que representan las virtudes cardinales: Prudencia, Justicia,
Fortaleza y Templanza, todas ellas sobre pedestales. En las enjutas del arco
central están
Comentarios
Publicar un comentario