09 09 2021 UN PATRIMONIO DELICADO NECESITA CUIDADOS Y PROTECCIÓN
El
tiempo en que estamos invita a la molicie, o a ejercitar sanos entretenimientos
que contradigan la actividad cotidiana. Ha pasado el verano; lo que significa
de modo amplio que una mayoría de nosotros ya pasó las vacaciones, aunque
todavía hay un buen número de ciudadanos beneficiándose de ese venturoso
regalo. Es, por ir directamente al grano, un momento muy aprovechable para
abandonar las rutinas diarias y salir a buscar otros estímulos. Para mi gusto
personal, viajar es uno de los pretextos más adecuados, además de sencillo y
asequible, para satisfacer lo que digo. Lo estamos experimentando ya, desde
hace semanas, cuando empezaron a relajarse las severas medidas, muchas de ellas
incomprensibles (por no decir palabras mayores) que nos han amargado la
existencia durante un periodo demasiado largo de tiempo. Olvidando lamentos,
miremos hacia delante y veamos de qué modo podemos encontrar compensaciones
satisfactorias.
La
Serranía de Cuenca es un espacio amplio, generoso, bellísimo, variado,
excitante. Además, nunca cansa. Se puede ir docenas de veces y cada una de
ellas ofrecerá diferentes alternativas, que se pueden combinar con imaginación
de manera que las sucesivas visitas ofrecerán posibilidades variadas, nunca
monótonas y ello a pesar de que los elementos disponibles -rocas, agua,
vegetación- podrían hacer suponer la presencia de un repertorio repetido.
Supongo que estas razones son las que explican que estos parajes cuenten con
tanta aceptación, como es fácil comprobar en cualquier momento. En sí mismo,
este es un hecho positivo. Aunque yo creo que por estas tierras siempre ha
existido un criterio acogedor, nada
reacio a abrir las puertas a los visitantes, lo que ocurre ahora es que
eso se ha generalizado hasta el punto de que, además, son deseables y no solo
porque con ellos llega también algo de dinero sino por una especie de orgullo
propio por mostrar lo que existe y comprobar que es valorado de manera
satisfactoria. De esa manera, la actividad turística o viajera forma ya parte
de la normalizada forma de vivir de ese territorio tan atractivo y, a la vez,
tan delicado.
Es
difícil, quizá imposible, mantener en toda su pureza espacios en sí mismos en
delicado equilibrio, como ocurre, por ejemplo, en la laguna de Uña, situada a
los pies de las impresionantes riscas que amparan, además, el pequeño pueblo
que conserva todavía algunos elementos de arquitectura popular, formando un
ámbito realmente bello. Aquí, como en otros muchos puntos de la Serranía, se
concitan algunos factores peligrosos que ponen en riesgo la conservación de
este maravilloso espacio natural. El primero de todos y más extendido, el que
trae consigo la desparramada suciedad que dejan tras de sí algunos sujetos nada
cuidadosos ni respetuosos. Otro, de moderna implantación y permanente polémica
es el de las macrogranjas porcinas que están proliferando de tal modo que
naturalmente debe sorprender y que, junto a un cierto progreso económico,
parecen traer consigo no pocos riesgos contaminantes que la autoridad debería
saber controlar. Alguno más se insinúa de vez en cuando, como el que
recientemente ha surgido a raíz de un artículo polémico, el de los posibles
daños que producen los escaladores en las formaciones calizas de nuestras
hoces, acusación de la que los afectados se defienden proclamando que ellos son
respetuosos con la naturaleza. Y hay más, que no es preciso seguir detallando,
porque de un modo u otro están en la conciencia de todos. Como está, pienso que
de forma mayoritaria, la preocupación colectiva por salvaguardar este inmenso
tesoro cuyo origen se remonta a millones de años, lo que significa que ha
podido sobrevivir a todas las generaciones que se han ido sucediendo desde que
el ser humano empezó a poblar estas tierras. Y no es cosa de que esa
continuidad se rompa precisamente ahora, en el civilizado siglo XXI.
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