02 09 2021 DESAFÍOS PARA UNA INQUIETA SOCIEDAD CIVIL
Por regla general, los seres humanos tenemos cierta tendencia a conceder un significado especial a las fechas que indican un cambio de ciclo, como si fuera posible que todo pudiera cambiar de un día para otro y así nos ocurre con el año nuevo, con el cambio de las estaciones e incluso con el inicio de la semana, creyendo, con incauta candidez, que el lunes va a ser el comienzo de un tiempo nuevo con el que quedarán atrás los sinsabores de la semana anterior. Y así podemos iniciar cada periodo con la esperanza confiada en que algo bueno nos espera, y si no es totalmente bueno, por lo menos diferente de lo que queda detrás.
De
ese sentimiento, que yo creo muy extendido, no se libra esta transición del
verano al otoño, con todo lo que significa de fin de vacaciones y holganza por
un lado y de nuevas perspectivas por otro, como si todo el mundo, incluidos los
adultos, nos dispusiéramos a entrar en un curso diferente, en el que cambian
los profesores, los textos, el aula y, quizá, incluso los compañeros o algunos
de ellos. Por desgracia, el cambio que más deseamos todos no se va a producir,
al menos de inmediato, porque la sombra perversa de la pandemia sigue
sobrevolando sobre nosotros y no hay perspectiva de que pueda desaparecer en un
tiempo razonable lo cual, sin duda, contribuye a aumentar el desconcierto
colectivo en la medida en que comprobamos que aquello que vino para estar unos
meses se ha ido asentando y, lo que es peor, entrando en la rutina de las
cifras, los datos, cuántos ingresados hay, cuál es el número de fallecidos, o
el índice de la incidencia porcentual. De manera que, por desgracia, podemos
esperar cualquier cosa de la llegada de septiembre, pero no que desaparezca la
pandemia.
Ante
nosotros se abre un panorama incierto. Siempre, la vida humana, tanto la
individual como la colectiva, está sujeta a un amplio repertorio de cuestiones
imponderables que vienen a alterar cuestiones previsoramente estructuradas;
nada se puede dar por cierto, nada está rotundamente escrito de antemano. En lo
que más nos atañe, desde la óptica provinciana, es posible detectar un amplio
sentimiento de insatisfacción generalizada, que los miembros de la clase
política pretenden acallar con anuncios etéreos que nos hablan de bondades
futuras a largo plazo, sin caer en la cuenta de que lo que se quiere es que las
calles estén limpias y las aceras sin deterioros, ahora mismo y siempre, pero
para esa exigencia -por otro lado, muy sencilla- nunca hay respuesta inmediata,
lo que se traduce en una auténtica oleada de mensajes en las redes sociales
cuyo eco, me temo, no llega nunca a donde debería y, si llega, no hace efectos.
Esa
insatisfacción colectiva se viene manifestando en la aparición de varios
grupos, no se hasta qué punto estructurados y organizados, que comparecen ante
la opinión pública con mensajes reivindicativos de diverso signo; algunos de
ellos son coincidentes o parecidos, otros aportan alguna singularidad
específica (la despoblación, el ferrocarril, el patrimonio). Para un sitio tan
pequeño como Cuenca me parece que son demasiados porque vienen a representar
una fragmentación social que debe conducir necesariamente a la ineficacia, al
desgaste de fuerzas y, finalmente, al cansancio de sus promotores. Sería
verdaderamente interesante que alguno de ellos consiguiera una estabilidad
suficiente y una efectiva capacidad de transmisión de sus ideas y opiniones,
algo que pudiera servir de linterna guía para señalar el camino por el que deseamos
transitar. Como se ha dicho y escrito en multitud de ocasiones, articular a la
sociedad civil debería ser el principal objetivo de una ciudadanía democrática,
a la que ya no satisface la burocratización de los partidos políticos, cuyo
único objetivo conocido es ganar elecciones y asegurar cómodos puestos de
trabajo a los elegidos. El tiempo nuevo en que ahora entramos, este curso sumido
en el desconcierto, se abre ante nosotros con unas perspectivas confusas cuyo
esclarecimiento aparece envuelto en brumas tormentosas, como las que nos
saludan desde este primer día de septiembre, que llega entre aguas, rayos y
truenos. Como una premonición de lo que nos espera.
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