26 08 2021 EL VIEJO DEBATE ENTRE BARBARIE Y EDUCACIÓN

A los seres humanos, en general, nos atraen las noticias referidas a grandes obras, cuanto más faraónicas, mejor. Que se hagan grandes autovías, que se multipliquen las líneas del AVE, que se construyan poderosos rascacielos, que se tracen espectaculares puentes, que se amplíen sin límite los aeropuertos hasta producir monstruosas e incontrolables terminales. Noticias que, como es natural, deben ir acompañadas de los correspondientes cientos de millones que se van a invertir en semejantes empeños llamados más a suscitar la atención mediática que quizá a resolver auténticos problemas. Pero los seres humanos, ya lo he dicho, sienten atracción por ese tipo de mensajes e incluso los echan en falta cuando no se producen.

            En cambio, las noticias pequeñas, casi minimalistas, apenas si despiertan una atención momentánea, quizá un gesto de simpatía hacia lo que puedan tener de propuesta romántica. Cierto que no solucionan ninguno de los graves problemas que nos acongojan, desde la persistente calamidad que nos trae cada día el covid hasta la angustia de los pobres afganos, que compartimos yo creo que con unánime sentimiento, pero esas diminutas ráfagas de la realidad, que no van a ocupar minutos (ni un segundo siquiera) en los telediarios traen consigo una importante carga de emoción hacia lo que nos resulta más cercano, al borde mismo de la intimidad. El acto, reciente, de reponer en el quiosco del parque de San Julián el panel mosaico destruido a manos de los vándalos hace unos años, está cargado de simbolismo, en cuanto que corresponde a una iniciativa privada, de un grupo numeroso de personas que asumió el gesto y el gasto, supliendo así la dilatada inercia (por no decir pasotismo) de la institución que debería haber procedido de inmediato a la reparación del desaguisado. Volver a ver el precioso quiosco del parque completo en su decoración es un acto positivo, un hecho a considerar como importante en el devenir de la vida doméstica de esta ciudad.

            Casi coincidiendo con este hecho, circula por las redes una propuesta, que va recibiendo adhesiones, en el sentido de trasladar otra figura maltratada por los vándalos, la efigie de Lucas Aguirre, a un lugar resguardado y se indica incluso que podría ser el cercano edificio de las Escuelas fundadas por el prócer conquense. Manifiesto aquí mi desacuerdo. La sociedad, nosotros en conjunto, seres cívicos, correctos y educados, no podemos ni debemos retroceder ante la barbarie, no podemos acobardarnos, recoger bienes y pertrechos y refugiarnos a cubierto, dejando el campo libre a las hordas presuntamente juveniles aunque también hay alguno que ya superó hace tiempo ese límite de edad. Si se aplicara ese criterio timorato, habría que despojar a la ciudad de todo detalle ornamental susceptible de ser dañado y eso, por supuesto, es un disparate. El remedio pasa, siempre, antes y ahora, por ese bien ingrávido que es la educación, de la que últimamente se están recogiendo muy escasos frutos en el terreno social y comunitario. Pero si la educación no es suficiente para hacer que prosperen normas esenciales, muy básicas, el otro remedio pasa por el ejercicio de una autoridad vigilante cuya simple presencia fuera capaz de disuadir a quienes pretendieran cometer alguna fechoría y aquí sí que se produce un auténtico fiasco, porque existe la impresión muy generalizada de que la ciudad se encuentra desprotegida, en el más amplio sentido del concepto. Encontrar un policía local por las calles de Cuenca es casi imposible, lo que se presta a muy sabrosos comentarios que corren de boca en boca. Y si eso ocurre en las calles, qué vamos a decir de parques y jardines, antiguamente cuidados y vigilados por un benemérito cuerpo, la guardería, que desapareció de buenas a primeras, para desconsuelo de todos.

            Haber repuesto el mosaico del quiosco ha sido un triunfo colectivo. Retirar la efigie de Lucas Aguirre sería un fracaso también colectivo. Encontrar la fórmula, social y educativa, para convencer a la dañina muchachada de que puede desfogar sus ímpetus por otros caminos, también sería útil. Y que de vez en cuando apareciera un policía local por las calles y los parques, también podría ayudar un poco. Todo, menos rendirnos ante la barbarie.

 

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