10 06 2021 UN CENTENARIO ENTRE LA HISTORIA Y EL PROGRESO

 


            De aquí a un mes (el 15 de julio) se cumplirá un siglo cabal desde que el rey Alfonso XIII firmó un decreto de texto breve, concreto, directo: “Queriendo dar una prueba de mi Real aprecio a la Villa de Tarancón, provincia de Cuenca, por el creciente desarrollo de su Agricultura, Industria y Comercio, y por su constante adhesión a la Monarquía, Vengo en concederle el título de Ciudad”, distinción que los taranconeros se apresuraron a incorporar a su escudo, añadiendo el apelativo de “Noble” al título otorgado, en el que intervino de manera muy eficaz el diputado Juan Cervantes y Sanz de Andino que en las dos primeras décadas del siglo obtuvo de manera repetida la representación parlamentaria, rompiendo el práctico monopolio que estaban manteniendo los muy abundantes miembros de la familia Riánsares-Retamoso.

No hay forma de encontrar una explicación razonable al sentido etimológico de la palabra "tarancón", aunque muchos lo han intentado, pero debe primar el juicioso comentario de Fermín Caballero, que de estas cosas sabía mucho, al incluir el nombre en el grupo de los que “son absolutamente incógnitos, por ignorarse el idioma de que se formaron”. Lo cual, por otro lado, abre por completo el abanico de las especulaciones para intentar explicar lo inexplicable. Lo que sí se sabe, con toda evidencia es que desde una antigüedad muy remota, Tarancón viene aplicando con firme constancia los tres principios activos que figuran en el decreto ahora celebrado: la agricultura, el comercio y la industria como fecunda trilogía de actividades que han dotado a la centenaria ciudad de un dinamismo siempre reconocido y que la sitúa en la punta de lanza de una provincia que, como sabemos todos, tiene serias dificultades en el terreno económico. Por supuesto no es necesario insistir en que la afortunada situación geográfica en que se encuentra ayudó a que ese desarrollo pudiera desenvolverse con mejores oportunidades que en los lugares alejados de las grandes líneas de comunicación.

A los tres principios señalados viene haciendo valiosos esfuerzos Tarancón en los últimos años por incorporar uno más, que hasta fechas recientes figuraba en un lugar alejado de las intenciones públicas, el que tiene que ver con la Cultura y el Patrimonio, cuestiones históricamente no muy atendidas pero que ahora forman parte de las preocupaciones prioritarias. Es una lástima que el casco antiguo de la ciudad no fuera bien cuidado cuando aún era posible conservarlo, de manera que el esfuerzo de la recuperación posible es más laborioso. En cambio desde hace ya años se están dando pasos muy importantes en el terreno cultural y artístico, con agrupaciones muy activas, salas de exposiciones, museos, representaciones, con ese singular punto de referencia que es el espectacular retablo de la iglesia parroquial, sin duda una de las grandes propuestas artísticas que ofrece la provincia, con la firma indeleble del gran Pedro de Villadiego, que me impresiona cada vez más cuando paso a verlo.

Hablar de Tarancón me produce un inevitable rejuvenecimiento del ánimo. Allí, en la inolvidable imprenta Antona, hice mis primeros libros y también dimos forma tipográfica a aquella singular e insólita aventura que fue la revista El Banzo, de nostálgica y feliz memoria. El dato es representativo de cuando se dice al comienzo: que en aquella lejana época existiera ya una imprenta dotada técnicamente con los últimos avances (incluido el offset) habla de manera suficiente de la capacidad taranconera para el progreso y estar a la última. Como aún no se habían inventado internet, los móviles ni otras lindezas que nos atrapan a las máquinas, el contacto personal era siempre necesario y eso me llevaba a viajar con frecuencia a Tarancón para seguir el hilo de los trabajos. Todo eso es pasado, naturalmente, pero tiene su posible interés, como fundamento del presente.

La historia de Tarancón se vincula a tiempos muy remotos, centrados en El Castillejo como punto de población celtibérica, que más tarde sería utilizada por los romanos. En el Museo de Cuenca se conservan un hacha pulimentada de época prehistórica y un ánfora romana, del siglo I aC. Las obras del AVE pusieron al descubierto, un yacimiento arqueológico de cierto interés, calificado como poblado calcolítico con una edad de 2.000-2.500 años aC. De ahí, de esos orígenes, hasta su reconocimiento oficial como ciudad, ya en época moderna, hay un largo camino que ahora hacen bien en celebrar. Cien años es un número redondo y bonito.

 

 

 

 

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