27 05 2021 LA IMPORTANCIA DE UN BUEN ARCHIVO MUNICIPAL

                             

            Hace varias semanas desaparecieron los andamios que en sus fachadas, la principal a la calle Alfonso VIII y la secundaria, hacia Santa Catalina, estuvieron envolviendo durante años el noble edificio de la Casa del Corregidor, cuya peripecia de restauración es muy significativa acerca de conocer bien cómo van las cosas por aquí, con qué tranquila parsimonia se acometen empresas en apariencia sencillas, casi de trámite, pero que por voluntad de una torpeza administrativa bien consolidada, se transforman en aventuras arduas, de casi imposible solución. No exagero nada. Daré solo un par de datos cronológicos para situar la realidad de los hechos: el acuerdo de proceder a restaurar el edificio lo adoptó el Ayuntamiento en 1992; el proyecto técnico se aprobó seis años después, en 1998. Que cada cual haga cuentas (unas sencillas restas) y encontrará el tiempo transcurrido entre una cosa y otra y hasta hoy, con su natural secuela interpretativa: en esta ciudad no hay prisas para nada.

            Como se puede imaginar, en el transcurrir del tiempo aquel primitivo proyecto ha sufrido las modificaciones propias de estos casos y lo que finalmente ha tomado forma se parece solo lejanamente a lo que se concibió en el principio, pero sí ha sobrevivido la idea básica de todo este engranaje: colocar ahí el desamparado Archivo Municipal, cuya azarosa historia bien merece un tratamiento diferenciado, muy ilustrativo también de cómo funcionan los mecanismos municipales internos. Basta recordar, como dato anecdótico pero estremecedor, que cuando ya estaban en marcha las obras, unos concejales plantearon el disparate conceptual de para qué poner ahí el Archivo, habiendo cosas más importantes que atender. Si en el seno del consistorio puede anidar una idea semejante, podemos comprender que en el resto de la ciudadanía se planteen otras cosas que no es preciso mencionar aquí y ahora.

            La Casa del Corregidor (conocida durante mucho tiempo como Cárcel Vieja) es el más noble edificio de la calle Alfonso VIII, donde comparte elegancia señorial con su colindante, la Casa de los Clemente de Aróstegui, formando ambas una excelente muestra de la arquitectura del siglo XVIII, en amistosa convivencia, que no desentona, con el resto de la edificación de carácter popular de esta importante vía urbana. Cuando desapareció la figura del corregidor, se perdieron también sus funciones, repartidas entre el Ayuntamiento y los nuevos organismos administrativos implantados por el Estado liberal, quedando el edificio abandonado a una suerte triste y azarosa, en la que ha servido para casi todo, desde juzgados, cárcel y escuelas hasta viviendas privadas. Parece que al fin va a poder alcanzar un destino más noble, acorde con el carácter patrimonial que debe corresponde a esta ciudad.

            Eso, por lo que se refiere al edificio en sí mismo, como contenedor de un servicio
municipal de importancia excepcional, como bien supieron valorar siempre, desde el tiempo de los Reyes Católicos, los sucesivos regidores responsables de esa función. Pero el edificio no lo es todo, ni siquiera lo más importante. Lo que verdaderamente debe importar es el propio funcionamiento de un Archivo que lleva años abandonado a su suerte con despreocupada dejadez. Estamos hablando, por si alguien no lo sabe, de uno de los Archivos más valiosos que existen en España por la calidad de la documentación que conserva, entre ella los primeros textos otorgados a la ciudad por Alfonso VIII. Al frente de este servicio han estado en el último siglo personas de una considerable valía profesional que desarrollaron importantes investigaciones con aporte de muchos textos esclarecedores. El último archivero titular se jubiló hace seis años sin que al Ayuntamiento le haya preocupado suplirlo con una persona capacitada no sólo en la conservación adecuada de la documentación sino en el desarrollo de una labor investigadora activa y creativa, que de a conocer el valioso contenido de esa documentación. Una pieza tan delicada, un soporte básico de la cultura local, no puede estar en manos de un mequetrefe indocumentado, sino que necesita un verdadero archivero, que trabaje (empezando por tener abiertas todos los días las puertas del local), que investigue y que publique. Si el Ayuntamiento no resuelve ya esa delicada cuestión, se habrá conseguido, sí, tener un bonito edificio, una elegante caja envolvente, pero vacía de contenido. Deberían hacerse las cosas bien del todo.

 

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