31 12 2020 DESPEDIDA ENCANTADA A UN AÑO HORRIBLE
Ahora sabemos que cuando nació, ya
estaba circulando por los ignotos territorios de la China milenaria un
insignificante bichito microscópico, imperceptible a simple vista, que pronto
empezó a hacer estragos en el indefenso ser humano, cebándose con cruel
delectación en todo aquel que se puso al alcance de los virus, cuya
considerable capacidad de multiplicación incontrolada ha sido, desde luego, un
fenómeno tan admirable como sorprendente. Mientras esas cosas iniciales
sucedían en la lejana nación el relato de lo que estaba sucediendo se prestaba
a las bromas de los ingeniosos y estúpidos habitantes de la otra parte del
mundo, la que ocupan los listos y bien pertrechados occidentales. Aquello
parecía ser incluso divertido; “qué cosas les pasa a estos chinos” se decía con
un cierto sentimiento de superioridad, mientras nos admirábamos de la
sorprendente manera en que su capacidad tecnológica pudo levantar todo un
hospital en quince días. Los otros chinos, los que viven por aquí y mantienen
negocios en todas las ciudades, bien listos y desde luego advertidos echaron
pronto el cierre de sus establecimientos, por lo que pudiera ocurrir. Y
ocurrió, claro que sí. Y como en las moralejas de aquellas fábulas de Iriarte y
Samaniego que leíamos en la escuela, llegó la tormenta y nos pilló sin
medicinas y sin mascarillas.
Fue así como el simpático y juguetón
20-20 enturbió su gesto cuando apenas si llevaba un par de meses de recorrido y
transformó la amable, amistosa apariencia inicial, por el gesto torvo y el
ademán áspero que fue su comportamiento inalterable durante el resto de su
existencia anual y solo ahora, cuando llega al final de sus días y le toca
desaparecer en las tinieblas del averno, asoma en el horizonte un leve signo de
esperanzado optimismo, que todavía no es suficiente para alejar de nosotros la
sombra de tan malhadado muchacho pero que nos hace creer que sí, que la
desgracia ha pasado o se está alejando al menos, aunque todavía quedará mucho
tiempo para perderla definitivamente de vista. Bien se nos ha amargado el año,
sin comerlo ni beberlo.
Con esa pesadumbre, ¿a quién le quedan
ganas de hacer balance? Lo haría, en condiciones normales, cualquier
comentarista que se precie, porque eso es lo que pide la tradición cuando
llegan los días finales de cada año, pero este que ahora se va ha sido tan atípico,
tan desagradable, tan antipático, que a uno solo le quedan ganas de darle la
patada postrera y que se vaya con viento fresco a cualquier recodo del cajón de
la historia donde quieran recibirlo y almacenarlo con muchísimo cuidado para
que no vuelva a reaparecer. Allí permanecerá dormitando hasta que en el futuro
lo recuperen los historiadores para destriparlo y encontrar entre sus
componentes las razones de por qué
frustró nuestras expectativas, por qué dejó de ser un chavalote
simpático y juguetón para convertirse en un auténtico canalla.
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