31 10 2020 UN INTERESANTE APERITIVO DE LO QUE PRONTO LLEGARÁ
Un interesante aperitivo de lo que pronto llegará
De manera al
parecer ahora ya imparable, la llegada a Cuenca de la Colección Roberto Polo
está consumiendo los últimos tramos de su recorrido (aunque, a la vista de lo
que está sucediendo con la pandemia, quizá haya que tocar madera). Si tal cosa,
efectivamente, está ocurriendo, un día de estos recibiremos la noticia de que
llega el día y la hora en que abrirá sus puertas, con dos años de retraso, algo
que la siempre sorprendente torpeza de unos políticos obcecados impidió que
pudiera implantarse en su momento. Yo no creo que la apertura de ese nuevo
museo vaya a ser, ni muchísimo menos, la panacea que puede resolver todos los
problemas que se han ido acumulando sobre esta ciudad durante años de
desconcierto, pero sí estoy convencido de que algo puede ayudar, al menos en un
cierto aspecto que tiene que ver con la cultura y el turismo. El tiempo lo
dirá.
Mientras llega ese momento y se nos
desvela de forma fehaciente qué representa realmente y qué importancia puede
alcanzar la famosa colección del no menos famoso mecenas de las artes, podemos
entretenernos estas semanas acudiendo a contemplar el curioso aperitivo que se
nos ofrece en la Casa Zavala, que yo quisiera creer ha sido por fin recuperada
de otras innobles utilidades. Se trata de
una colección de dibujos agrupados colectivamente bajo el título de Retratos imaginario, formada por una onsiderable
colección (252 cuadros) con la firma de Pierre-Louis Flouquet (1900-1967), uno
de los pioneros de las vanguardias artísticas en Europa, que cultivó todas las
técnicas pictóricas, entre ellas el dibujo a tinta.
Del
total de obras de este artista que comprende la Colección Roberto Polo (700),
se expone en Cuenca una apretada selección que cubre todas las paredes de la
Casa Zavala, formando un curioso y extraordinario panel de retratos imaginados
por el artista (solo uno es real, el del pintor uruguayo Joaquín Torres
García), en lo que no se sabe si sorprende más la maestría y seguridad del
trazo, en el que no faltan toques de amable ironía, con inspiración
caricaturesca, o la variedad de expresiones recogidas con tal firmeza que en
verdad parecen retratos realistas. El paseante que transita pausadamente por
estas salas, mirando distraído algunos dibujos pero sintiendo en otros muchos
una atracción irresistible, piensa si realmente son imaginarios o si, en
verdad, fue una broma del artista que con ese título quiso ofrecer alguna forma
irónica de burlarse de algunos de los retratados que pudieran no ser santos de
su devoción y de los que extrajo caracteres faciales, rictus, miradas perdidas,
gestos insinuantes, no siempre amables. Un entretenido juego es seguir el
trazado de esos dibujos e intentar buscar alguna similitud con otras imágenes
más conocidas, lo cual no es muy fácil porque esos rostros corresponden, en
todo caso, a personas que vivieron hace un siglo y a quienes en forma alguna
conocemos.
La
experiencia resulta muy gratificante. Es, salvando todas las distancias, como
pasear entre mausoleos alimentados a partes iguales por la imaginación y la
memoria, entre las que se abre paso, con intensa fuerza, la admiración que
despierta el arte de Flouquet a través de ese inmenso repertorio que no solo no
cansa por lo que pudiera parecer una repetición de imágenes; antes al
contrario, todo aquí es viveza, imaginación, novedades sugerentes. Y, además,
muy entretenido.
Hasta
el 31 de diciembre puede visitarse esta exposición, pionera de la obra del
coleccionista Roberto Polo. Merece la pena verla, degustar este aperitivo,
mientras se nos da la oportunidad de conocer el resto de la obra pensada para
Cuenca.
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