04 07 2020 EL OTRO RÍO DE CUENCA
l El otro río de Cuenca
El Turia, que antiguamente llamaban
Guadalaviar por estas cumbres serranas, entra en Cuenca por junto a La Olmeda.
A decir verdad, entra un poco antes, buscando trabajosamente el camino por entre
riscos endemoniados, mientras compite en vericuetos y osadías con la carretera
que se abre junto a él, de manera que uno no sabe qué admirar más, si el
tantálico esfuerzo de la naturaleza o la astucia del ser humano al trazar
líneas de asfalto por donde parece imposible que pudieran hacerse. La Olmeda es
el primer sitio habitado con que se tropieza el Turia en su penetración por la
tierra conquense.
La Olmeda mantiene incólume su hermosa
estructura de aldea serrana. No le falta el puente porque, como mandan los
cánones de la iniciativa arquitectónica popular, el pueblo está al otro lado.
No le falta tampoco el molino, ahora adormecido en el silencio de lo inútil, ni
la fuente que mana generosamente agua dispuesta a ser bebida en el acto, sin filtros
ni cloraciones. A La Olmeda, que tiene toda la belleza del mundo, solo le falta
la gente y ese es un mal sin solución.
El Turia, tras el puente, se abre a la
vega, rodeando el caserío donde se asienta el pueblo. El Turia rodea Santa Cruz
de Moya y desde las terrazas escalonadas de la villa apenas si se adivina su
presencia en aquella línea arbolada que va zigzagueando por el horizonte. Es
aquí donde el río abre su cauce, transformando el carácter serrano, juvenil y
tumultuoso, en remanso si no totalmente adulto, sí al menos reposado y
utilitario. Porque los ríos, cuando marchan encajonados entre las riscas de las
hoces, cumplen una función estética, natural, sin más complicaciones que las de
seguir las leyes espontáneas de la naturaleza; cuando llegan al valle
interviene el factor humano y esa es otra historia.
Las
Rinconadas forman una bellísima imagen en el horizonte. La aldea de salida del
río resiste mejor que su hermana de entrada, La Olmeda. Aquí hay varias decenas
de habitantes, y más que llegan los fines de semana, los inevitables
valencianos que enseñorean estos lugares, tan próximos a la tierra levantina.
En Las Rinconadas prefirieron seguir la línea del río y, así, el pueblo se
extiende a lo largo, como en una cadena de viviendas, alternándose las de
carácter popular con los modernos.
Como en un mudo homenaje a la tierra que
tan brevemente cruza, el Turia vuelve a encajarse para salir de Cuenca,
olvidando sus veleidades de río de llanura. Vuelve a competir con la carretera
y quizá gana la incruenta batalla bajo ese temerario puente que sabe de
amarguras y dolores de postguerra. Al otro lado ya es Valencia, donde se
apropiarán, como acostumbran, de la totalidad del río, si no de su utilidad
práctica, si de su naturaleza, para hacerlo levantino a toda costa, olvidando
sus orígenes serranos.
El Turia no suele aparecer en los
repertorios fluviales conquenses. Nuestras fuerzas se agotan recordando el
verdor del Júcar, la bravura del Escabas, la humildad del Huécar, el poderío del
Guadiela… El otro río de Cuenca apenas si es un trazo de unos pocos kilómetros
en el mapa. El Turia, pienso yo, lleva con resignación el olvido de la tierra a
la que también pertenece.
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