22 02 2020 UNA ACTITUD EMOCIONAL AGITA EL PARQUE
Una actitud emocional
agita el parque de San Julián
No es frecuente que en esta tierra
nuestra se produzcan movimientos de colectiva solidaridad, y menos aún si hay
que poner encima de la mesa unos cuantos euros para sacar adelante una
propuesta, gesto que por sí solo pone de relieve que los impulsores de la
iniciativa han merecido, de entrada, la confianza de sus vecinos. Esa reacción
solidaria, que ha ido acompañada antes y después de otro tipo de
pronunciamientos, viene a decir que el tema, la cuestión puesta sobre la mesa,
cuenta con un amplio respaldo popular, que va mucho más allá de la mera
exposición del problema.
El parque de San Julián no es solo un
jardín más, sobre el que se pueden decir cosas de todo tipo, desde el
urbanístico hasta el botánico pasando por el lúdico. El parque de San Julián
toca a los sentimientos de la gente, incluidos quienes no viven en su entorno,
ni siquiera en el centro de la ciudad, que pudieron en algún momento sentirse
vinculados a él cuando eran niños o porque en ese ámbito vegetal carente de
flores conocieron experiencias juveniles o festivas. El parque de San Julián es
la referencia sentimental de quienes vivimos en Cuenca y por eso las cuestiones
que le afectan van más allá del simple razonamiento objetivo para entrar en un
territorio siempre delicado y complicado en el que no caben solo explicaciones
materiales.
Quienes rigen la actividad municipal no
suelen tener en cuenta esos matices. Todo lo miden en proyectos de obras y en
presupuestos para ejecutarlas. No sienten ni aprecian la savia emocional que
discurre a través del circuito sanguíneo que enlaza mentes y corazones para
mostrar una preocupación colectiva en torno a un asunto que, siendo
objetivamente menor, resulta capaz de trascender y alcanzar dimensiones de
interés colectivo. Eso explica que varias de las reacciones más intensas
registradas en las últimas décadas hayan tenido que ver con el desamparo, más
aún, maltrato, con que se viene castigando al parque, que debería ser la perla
de cualquier gestión municipal.
Los males que aquejan a este ya
centenario jardín (que debería tener una protección oficial precisamente en
consideración a su edad, sin que aún se la hayan concedido) tienen una
plasmación visual en la desdichada imagen del quiosco de la música, sobre el
que cayeron manos aviesas hace ya cuatro años para destruir una de las placas
del mosaico situado en la zona inferior. Sobre las barrabasadas que ocurren en
nuestra ciudad con nocturnidad y alevosía, pero también a la luz del sol, hay
suficiente literatura, pero aceptando que eso es desdichadamente así, lo que
resulta incomprensible es que el Ayuntamiento no fuera capaz de corregirlo
inmediatamente, como se debe hacer ante cualquier situación anómala. No lo hizo
la anterior corporación y tampoco parece que el caso preocupara mucho a la
actual. Tengamos en cuenta que estamos hablando de un gasto insignificante, una
minucia al lado de otros dispendios.
El resultado es la reacción ciudadana.
Una colecta voluntaria, a diez euros por participación, con un máximo de dos
por persona, permitió en poco más de una hora recaudar el dinero necesario para
financiar la composición del mosaico deteriorado que de esta forma podrá volver
a quedar situado en el sitio del que nunca debió desaparecer. El gesto, siendo
importante, no debería hacer olvidar el resto de males que aquejan al parque de
San Julián y que sí requiere una intervención municipal activa. Incluyendo la
devolución de la figura de El Hombre de la Sierra, de Marco Pérez, alevosamente
retirada de aquí (el pedestal vacío proclama la indignidad de ese acto) para
llevarla a un espacio tan inadecuado como el Museo de la Semana Santa.
Comentarios
Publicar un comentario