15 02 2020 EL CLAMOR DE LA TIERRA VACÍA
El clamor de la tierra
vacía
El recibimiento, la bienvenida, se
encuentra en una imagen nocturna de la Alcarria de Cuenca, en las inmediaciones
de Castillejo del Romeral. La penumbra permite apreciar la vía del tren, las
luces de un ferrocarril que se aleja (¿o quizá se aproxima?), el pueblo al
fondo, encaramado en una pequeña colina sin forma orlada de la iluminación de
las viviendas del lugar, que se encienden rutinariamente cada noche, a impulsos
de la técnica, con independencia de que allí vivan más o menos personas, que
estén habitadas o vacías las casas familiares.
La imagen elegida para abrir el
recorrido quizá no es suficientemente expresiva acerca de lo que nos espera en
esa exposición. Alma Tierra se titula
y está formada por una colección de fotografías tomadas por José Manuel Navia
que se acompañan, en un libro y en los paneles, por textos de Julio Llamazares y
frases de otros autores. Todo gira en torno a la problemática de la España que
se está vaciando, desertizando, deshumanizando quizá. Son las tierras de las
dos Castillas, de Aragón, de buena parte de Andalucía, las que forman ese
territorio extenso y disperso en el que, según las cuentas aproximadas que se
hacen, vive solo el veinte por ciento de la población española, mientras que el
otro ochenta por ciento se acumula en la periferia y en islotes interiores que,
como Madrid, crecen imparablemente sin que ninguna mente inteligente sea capaz
de tener las ideas necesarias para revertir el proceso o, al menos, para
detenerlo en el punto en que ahora se encuentra.
Pienso, mientras veo estas imágenes,
que el problema puede estar en que esa realidad, que lo es, se está
transformando en un recurso tópico al que se refieren, con una palabrería tan
vacía como el propio territorio, quienes gustan de hablar hasta exprimir
cualquier tema que la realidad ponga en el camino de su verborrea. Está de moda
hablar de la España vaciada y proclamar a los cuatro vientos que es necesario
poner remedio, como si la solución debieran aportarla otros y no ellos mismos.
Ese es el problema, pienso, que todo se va a quedar en discursear sin llegar a
profundizar en los matices de una realidad que impone ya su crudeza, no se si
inevitable.
Esas fotografías nos traen calles
vacías de pueblos, tiendas que cerraron sus puertas, bares en los que no entra
nadie, personas que proclaman su resistencia a abandonar, rostros duros curtidos
por una sombra de tristeza, paisajes urbanos en los que ya no hay niños ni
juegos, paradas que esperan un autobús que seguramente ya no va a pasar.
Quieren ser, como dice Llamazares, “una elegía, un alegato contra la
marginación de unos españoles por parte del resto y una llamada a la
reflexión”. Reflexión, añado, que dura ya muchos años y que no parece
conducirnos a ningún puerto razonable, porque mientras se habla y habla,
quienes tienen en sus manos el poder de las decisiones siguen actuando como si
aquí no pasara nada y no solo porque los bancos abandonan a toda prisa un
mercado sin clientes sino porque incluso estamentos oficiales, como Renfe,
estaba dispuesta a cerrar todas las ventanillas de venta de billetes en las
escasísimas estaciones que aún se mantienen abiertas. Muy gordo debieron pensar
en las alturas iba a ser eso y han obligado a la empresa del monopolio
ferroviario a dar marcha atrás. Pero es solo un detalle indicador.
Alma Tierra está en la Fundación
Antonio Pérez hasta el 12 de abril, domingo de Resurrección. Merece la pena dar
una vuelta por sus salas y embeberse de estos paisajes desolados de los que
surge un clamor sin palabras.
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