04 01 2020 ALGO MÁS QUE UNA DUDA RAZONABLE
Algo más que una duda
razonable
Sospecho
que nos encontramos ante una nueva situación que puede (debería) provocar
alguna polémica, entendiendo este concepto no como un intercambio de insultos y
descalificaciones, procedimiento ya habitual en las llamadas (no se por qué)
redes sociales sino como un debate sosegado y razonable para que quienes han
tomado la decisión de hacer lo que han hecho la expliquen y justifiquen y
quienes no estén de acuerdo expongan igualmente su posición discrepante.
Es el
caso que el proceso de restauración de las Casas Colgadas permite ya contemplar
algunas de las actuaciones que se están llevando a cabo y que, tal como van las
cosas, parecen tener un carácter irreversible, salvo que de la presunta
polémica pudiera surgir una voluntad correctora de lo que puede ser un
desaguisado, uno más, de los que repetidamente se cometen sobre nuestro
patrimonio.
Ya es
discutible el tratamiento que se le ha dado a la que podemos llamar fachada
principal, la que se orienta hacia la calle del Obispo Valero y la Plaza de la
Ciudad de Ronda, donde la imagen antigua consolidada, de piedra, ha sido
sustituida por una amplia superficie enfoscada y blanqueada, como si el color
de la piedra, tan severo y austero, es verdad, estuviera en contradicción con
el ánimo alegremente juvenil con que se quiere dotar a esta nueva versión del
histórico edificio. Pero eso, más o menos, aún torciendo un poco la cabeza en
señal dubitativa, se puede admitir.
Donde
saltan chispas es en la parte trasera del edificio, la que da hacia el Huécar y
el puente de San Pablo. Aún cubierta por las mallas metálicas de la obra, ya
han salido a la luz algunos fragmentos de esa fachada, que permiten contemplar
dos hermosos paredones atrevidamente coloreados, uno de amarillo chillón y otro
de naranja no menos llamativo. Y falta por ver si, cuando se retire por
completo la malla, no aparecen otros fragmentos pintados de verde, azul o quien
sabe qué mixtificación cromática.
Simplificando
las cosas, yo diría que el patrimonio cultural en general y el arquitectónico
en particular debería merecer un respeto, no se si en términos sagrados, pero
sí en aplicación de dos conceptos que se repiten mucho, protección y
conservación, que parecen llevar implícito un sentido de mantenimiento en su
esencia de aquello sobre lo que se está actuando, en lo que deberían
introducirse cuantas menos modificaciones mejor y si es posible ninguna, mejor
por completo. Idea que no es muy del gusto de quienes intervienen en estos
asuntos y que, por lo visto, sienten una necesidad invencible de dejar su
propia huella, para que se note que ellos han estado ahí y no sólo para
restaurar el deterioro, sino para modificar a su gusto la frágil materia que se
les ha entregado. El resultado de lo que se está haciendo en las Casas
Colgadas, en esta fachada al menos, es francamente discutible y suscita algo
más que una duda razonable.
No es
el primer desaguisado de esta naturaleza que se comete en Cuenca. Aún no hemos
podido asimilar el desastre del mal llamado Jardín de los Poetas, una informe y
fría estructura que no invita a nadie, sea poeta o ciudadano de a pie, a
disfrutar de ella. En este caso, me pregunto si los responsables de cuidar
cuanto tiene que ver con el patrimonio, deben (o quieren) decir algo. Las Casas
Colgadas son Bien de Interés Cultural, con la categoría de monumento, desde el
11 de octubre de 2016. Esas declaraciones llevan consigo una serie de cautelas
de protección que sería interesante saber si se están aplicando ahora, para
confirmar la bondad de lo que se está haciendo o para corregirlo, antes de que
vayan más allá y sea realmente irreversible.
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