09 11 2019 TODO SIGUE IGUAL, NADA CAMBIA
Todo sigue igual, nada cambia
Coincide
la entrada del otoño, esa estación climática marcada literariamente por un
sentimiento de nostalgia, o quizá de melancolía, con el más absurdo e
incomprensible de los tiempos políticos vividos en este zarandeado país y eso
que ya llevamos tantos seguidos, uno detrás de otro, que deberíamos estar
acostumbrados a saber que la zozobra es nuestro estado de ánimo natural. Con
todo lo que está pasando, la esperanza envuelta en una leve sombra de optimismo
nos hace pensar (creo que a la absoluta mayoría) que después de lo que pase el
domingo, unos y otros serán capaces de ponerse de acuerdo para dejarnos en paz
durante un razonable periodo de tiempo, al menos para que podamos recuperar el
aliento y recobrar algo de confianza.
Mientras
la inestabilidad campa tristemente en el territorio controlado por los seres
humanos, la naturaleza desarrolla imperturbable sus ciclos, marcados
rigurosamente desde el primer estallido atómico y a pesar también de las
visibles consecuencias de lo que está aportando el cambio climático, pero aún
no hemos llegado a la situación extrema de que todo se trastoque y el invierno
pase a ser verano o a la inversa. De manera que con el rigor necesario (un poco
retrasado, eso sí) las cosas siguen sucediendo como está reglado y el otoño
llamó a las puertas para empezar a desarrollar su vistoso ciclo cromático, tan
sugerente siempre. Sólo falta que la lluvia, tímida hasta ahora, cumpla
igualmente con su obligación y llegue con generosidad para limpiar el ambiente
de malas sensaciones, además de ayudar a superar el miserable nivel de las
aguas de nuestros ríos.
Las
terrazas agotan sus últimos días de vigencia, más por el ansia de los fumadores
que por una auténtica necesidad de templar los ánimos con un rato de estancia
al aire libre. El turismo no decae y en cuanto hay oportunidad caen sobre la
ciudad cientos de visitantes que, a las primeras de cambio, organizan tal caos
circulatorio (como demostración palpable, lo ocurrido en el puente de Todos los
Santos) que debería animar a los responsables municipales a emprender acciones
eficaces encaminadas a ofrecer ya alguna solución o remedio para unos hechos
que deterioran notablemente la imagen de la ciudad. Fácil no es. Si lo fuera,
alguien, incluso muy torpe, ya lo habría encontrado, pero eso no es óbice para
que se deba intentar.
Las
choperas están cumpliendo fielmente con su obligación y recorren puntualmente
toda la gama de colores hasta llegar finalmente a la desnudez absoluta. Es
interesante caminar por distintos puntos de la Serranía para comprobar cómo la
naturaleza evoluciona de manera diferente en cada uno de sus rincones, en
función de la altitud y del clima, ofreciendo tal variedad de matices que
siempre sorprenden, por más que el espectador haya contemplado esa maravilla en
múltiples ocasiones, como es fácil comprobar recorriendo las ingentes páginas
que la red nos ofrece, con infinitas posibilidades. De níscalos más vale no
hablar, lo que no impide que haya los inevitables fanfarrones que, como en el
mus, cuentan historias fantásticas en torno a maravillosos rodales encontrados
como por magia en el más inesperado paraje, oculto a las miradas de los demás.
Eso forma parte del ritual y como tiene gracia, así hay que tomarlo.
Mientras
escribo estas líneas, los candidatos agotan sus últimos días de campaña,
dispuestos a que de sus labios salgan los más encendidos disparates. Después de
eso debemos meditar (aunque quizá más vale no hacerlo, para evitar que el
desánimo se apodere de nosotros) y luego, el que quiera, a votar. Ajenos a tal
circunstancia, los chopos siguen amarilleando el paisaje de nuestros ríos.
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