30 03 2019 ÓSCAR PINAR EN EL PAISAJE URBANO DE CUENCA
Óscar Pinar, en el paisaje urbano de
Cuenca
Hay seres humanos que se integran en el paisaje
urbano como si fueran un elemento más, con la notable diferencia de que ese
ámbito está formado por cosas, objetos, inanimados (a lo más que se llega es al
aleteo de las ramas de algún árbol) mientras que las personas viven, se mueven,
producen una emoción sensorial, lo animan, de manera tal que cuando
desaparecen, cumplido su ciclo vital, se produce un vacío, notamos la ausencia
de alguien que durante muchos años ha estado integrado en nuestra visión de un
escenario en el que, de pronto, aparece un hueco y eso cambia por completo la
percepción que tenemos del conjunto.
Óscar Pinar formaba parte de ese paisaje urbano.
Escribí una vez, hace mucho tiempo: “Como los caracoles, cuando salen a buscar el templado sol tras la
lluvia, así también Óscar Pinar enarbola sus bártulos pictóricos de buena
mañana y sale al aire libre” en busca de paisajes, rocas, ríos, rincones, plazas y plazuelas,
calles, callejas que incorpora, en directo, a su lienzo, mientras admite la
charla con alguien que, curioso, se le arrima en busca de conversación, quien
sabe si de explicaciones sobre su forma de trabajar. Para entonces ya era uno
de los últimos artistas de paleta y pincel al hombro y creo que, después de él,
no queda ninguno que siga un sendero por el que han transitado notables figuras
de la pintura, a quienes parecía normal plantar el caballete en cualquier
recodo del camino y dejar que la mano diera forma a lo que captaba su mirada.
Sus manos se movían de manera
incesante, sin parar ni un momento, aunque estuviese mientras hablando, con la
destreza natural incrementada por una experiencia de años, desde sus lejanos
inicios en los 40 del siglo pasado hasta recorrer un camino que, dentro de una
corriente clasicista, muestra una notable evolución a la búsqueda de las formas
y los colores que acabaron por definir un estilo inconfundible. Lo podemos ver
ahora, en la verdaderamente extraordinaria exposición antológica que se ofrece
en la Sala del Museo de Cuenca en la calle Princesa Zaida, donde cuelgan desde
obras primerizas hasta ejemplos de sus últimos trabajos formando así entre
todos un expresivo recorrido por quien, además, fue un trabajador incansable.
La muestra, además, nos permite encontrar no solo las calles y los paisajes de
nuestra tierra, que pintó de manera abundante, sino también de otros lugares
(Cataluña, Toledo, Madrid, Teruel) hacia los que viajó su interés por las cosas
y también algunos retratos de expresividad tan cercana como de trazo enérgico,
vigoroso.
Óscar tenía siempre una rara
seguridad en sus opiniones y un encomiable sentido de la exigencia, propia y
hacia los demás, que manifestaba de manera constante, expresando un saludable
espíritu crítico. Se le podía encontrar en cualquier momento, en los más
insospechados rincones urbanos, siempre con su apacible apariencia de campesino
al que no faltaba el sombrero de paja protector del sol ni los necesarios
aparejos pictóricos, rastreando con persistencia los más íntimos recodos de una
ciudad que, aparte de ser suya, pintó de manera constante, buscando siempre un
aliento distinto, algo diferenciado porque, como él mismo me dijo en más de una
ocasión, no hay dos momentos iguales ni la luz es la misma dos días seguidos.
La luz, encontrarla, apresarla, era el gran objetivo de una mirada intensa,
viva, inquieta, que penetraba entre las apretadas hojas de los chopos y los
intersticios de las rocas. Lo podemos comprobar ahora, en apretada síntesis, en
esta exposición verdaderamente singular.
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