09 03 2019 EL DISPUTADO VOTO DE LA ESPAÑA INTERIOR
El disputado voto de la España interior
De pronto, cuando nadie contaba
ya con nosotros, cuando una especie de maleficio parecía haber caído, sin
remedio, sobre las pequeñas y olvidadas provincias del interior, sucede un
diminuto milagro, el que traen consigo las elecciones, y este territorio casi
desértico ya en muchas de sus comarcas, víctimas de un acelerado proceso de
despoblación que a quienes ejercen el poder desde hacer décadas no ha importado
contener (peor aún: lo han fomentado con una forma nefasta de hacer política)
surge como elemento de vital importancia para ayudar a definir, quizá de manera
decisiva, el incierto mapa que se adivina tras lo que suceda el día marcado por
las urnas. Lo ha descubierto El País en
un reciente amplio reportaje donde se dibuja el papel decisivo que espera a los
99 escaños que corresponden a las provincias que, como Cuenca, solo aportan
tres o cuatro diputados, una cifra insignificante y sin excesivo valor, hasta
ahora, cuando amigablemente se los repartían entre dos, azules a un lado, rojos
al otro, buscando siempre que la balanza quedara equilibrada por turno; eso,
aseguran los observadores, ha terminado (o va a terminar) y naranjas, morados y
verdes ayudarán a colorear el mapa, no se puede todavía adivinar cómo, pero así
será.
Alguien
que conocía muy bien la idiosincrasia de la España interior, el vallisoletano
Miguel Delibes (uno de los pocos grandes escritores que nunca renunció a vivir
en su ciudad natal, despreciando la tentación casi unánime de cobijarse en el
magma de la gran capital) lo previó con notable perspicacia. En El disputado voto del señor Cayo viajó
hasta una pequeña aldea provinciana (de Burgos) en la que unos candidatos de
las primeras elecciones acudían para intentar convencer al único habitante del
lugar acerca de las ventajas de entregar su solitario voto a la opción que
ellos propugnaban. Antonio Giménez Rico trasladó ese escenario a una de las
películas que mejor refleja el apasionante ambiente de la transición; en ella,
Juan Luis Galiardo, Lydia Bosch e Iñaki Miramón, todos ellos ya respirando los
primeros síntomas del desencanto que luego acabaría por invadirnos, reciben una
lección de verdad y autenticidad desde la sabiduría cazurra de un impagable
Paco Rabal, un don Cayo que simboliza a otros muchos, miles, habitantes de esa
España olvidada y maltratada.
Los
análisis sabihondos apuntan a muy variadas opciones pero en casi todos hay una
coincidencia: el problema está en la fragmentación de la derecha, que se dibuja
en tres opciones tan similares que algunos no somos capaces de distinguir
cuales son los matices que separan a unos de otros, pues todos parecen lo mismo
y quizá por eso están compitiendo, de manera ciertamente feroz, por enseñar
abiertamente lo peor que cada cual lleva dentro renunciando incluso a
principios (libertad, tolerancia, respeto, buenas maneras) que parecían bien
asentados. En la izquierda el problema es otro, el de la creciente
desmovilización de su electorado (bien se ha visto en Andalucía) que introduce
un factor de riesgo al que, seguramente, se va a atender con prioridad en la
campaña. En ese panorama, los tres humildísimos escaños que aporta la provincia
de Cuenca a las Cortes (y cuatro al Senado) se convierten en piezas codiciadas
porque uno solo de ellos puede resultar vital a la hora de decidir la formación
de la mayoría necesaria para gobernar. Y eso, de paso, debería animar a los
partidos implicados a poner en las listas candidatos atractivos, capaces de
mover los ánimos y no al primero que pase por la puerta de la sede, como si se
tratara de un simple y aburrido trámite sin importancia. Ahora, sí, ahora
importa y de verdad.
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