15 12 2018 UN REMANSO DE PAZ: EL ORATORIO DE LA ESPERANZA
Un remanso de paz: el oratorio de la
Esperanza
La principal virtud (o
mérito) que yo atribuyo al Oratorio de Nuestra Señora de la Esperanza es que
está siempre abierto. A diferencia de la mayor parte de las iglesias de esta
ciudad, cerradas a cal y canto salvo en los momentos de culto, este pequeño
recinto permanece con sus puertas abiertas durante todo el día lo que significa
que cualquier persona, sea devota o simple curioso, como es mi caso, pueda
cruzar tranquilamente sus puertas y encontrar cobijo bajo su amistosa bóveda
aunque, eso sí, una reja protectora impide poder entrar en el espacio
principal, que es preciso contemplar a través de los barrotes. Parece
innecesario decir que lo normal es que el visitante se encuentre completamente
solo y eso, la verdad, también se agradece. Los que conocemos experiencias
desconsoladoras, con la Capilla Sixtina en primer lugar, y otros muchos lugares
aplastados bajo el peso de la multitud, la solitaria estancia en el oratorio
ofrece ocasión para vivir una experiencia muy estimulante.
En una esquina casi escondida, abrumado por el poderío volumétrico de los
dos edificios inmediatos, la iglesia de El Salvador y el monasterio de
benedictinas, se encuentra uno de los más hermosos rincones del casco histórico
conquense. Tradicionalmente se le atribuye una gran antigüedad a este oratorio,
sin que sea posible datar con exactitud su fundación, vinculada al hospital de
Todos los Santos que debió estar a su lado y a cuyo amparo y como complemento
se formó el cabildo de Nuestra Señora de la Esperanza, probablemente en el
siglo XIII. Los cronistas históricos de Cuenca repiten, una y otra vez, que una
bula papal concedió a este lugar el privilegio de confraternidad con la iglesia
de San Juan de Letrán, en Roma. Otros episodios históricos me parecen más
interesantes, a la vez que poco estudiados, como el papel que desempeñaron en
esta ciudad los diversos hospitales que hubo, dedicados todos ellos a la
asistencia a personas desvalidas y menesterosas, especialmente emigrantes
llegados a la ciudad en condiciones poco favorables, porque la emigración (la
moda, ahora, es decir “migración”, qué le vamos a hacer), en contra de lo que
algunos piensan y proclaman, no es cosa inventada hace cuatro días, sino que
viene de muy atrás.
Uno de esos hospitales fue el de Todos los Santos, que estuvo aquí, al
lado del oratorio y que se mantuvo activo hasta los primeros años siglo XX,
gracias al cabildo de Nuestra Señora de la Esperanza, antecedente de la
cofradía titular que ocupa un digno papel en la Semana Santa de Cuenca. En la
actualidad, el oratorio se encuentra adosado al convento de benedictinas, que
cuida de su conservación.
La entrada al recinto se hace a través de una sencilla pero atractiva
portada, de medidas muy estilizadas en vertical a causa del estrecho espacio
disponible, en una rinconada de la calle con la plaza del Salvador. Es de
piedra, formando un arco rebajado, sobre el que se levanta una hornacina vacía
y, bajo ella, una cancela de hierro forjado. Superado este paso se llega a la
capilla, pequeña, de dimensiones recogidas; tiene una sola nave que se cubre
con bóveda de cañón mientras que el cabecero lo hace con media naranja sobre
pechinas con un remate en forma de linterna. En el lugar de honor del altar
está la imagen de la virgen. Todo el espacio es muy luminoso, a lo que
contribuyen los suaves colores de techos y paredes, muy a tono con la
policromía que impera en el barroco conquense.
Ya saben el resultado final de este comentario: inviertan unos minutos de
su tiempo y entren a ver durante un rato el oratorio de la Esperanza. Un lugar
delicioso.
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