17 11 2018. OLVIDADA, SILENCIOSA CALLE DE LA MONEDA
Olvidada, silenciosa calle de la
Moneda
Una imagen que mi memoria
recupera con características bastante firmes (a pesar de que los recuerdos,
como es sabido, se van diluyendo con el paso del tiempo) es la de aquellos
viejos periódicos que imprimían en huecograbado varias páginas envolventes del
texto impreso, con lo que conseguían para la reproducción de imágenes la
calidad que no era posible con los sistemas habituales. Todo ello, como es
lógico, antes de que se inventaran maravillas como el offset, los ordenadores,
los móviles, la impresión digital y otras invenciones no menos notables e
incluso, sorprendentes.
Traigo
aquí ahora el recuerdo de aquellas páginas en huecograbado, cuya calidad era
excelente sobre todo en el diario Arriba y
algo menos en ABC y Ya, porque en ese repaso por la memoria
me he tropezado con el recuerdo de un periodo en el que estuvo muy de
actualidad la calle de la Moneda, que durante bastante tiempo fue motivo muy
apreciado por los reporteros de entonces para fotografiarla y difundir sus
peculiares características. El tipismo de esa calle siempre fue muy socorrido
en el generoso terreno de las postales, hasta el punto de multiplicarse los
ejemplares que existen y alimentan los anaqueles de los coleccionistas. Pero en
los años a que me refiero -allá por la década de los 60 del pasado siglo- hubo
un motivo concreto que puso a la calle de actualidad: una de sus más singulares
casas amenazaba ruina, hasta el punto de que tuvo que ser apuntalada; la
presencia de esos gruesos maderos intentando sostener el desplome ayudaba de
manera muy notable a incrementar la espectacularidad de esas hermosas
viviendas, que se van inclinando a medida que avanzan en altura, hasta casi
llegar a tocarse en lo más alto, en los tejados.
La
imagen era, ciertamente, muy llamativa y mucho más impresa en aquel expresivo,
casi surrealista, blanco y negro en que se imprimían las páginas de
huecograbado, acentuando así el dramatismo de la escena. Al socaire de la fama,
vinieron docenas de periodistas y se multiplicaron los artículos, causando la
natural incomodidad en un Ayuntamiento al que le gustan solo los elogios y
tuerce el gesto cuando hay algún comentario desfavorable, sobre todo si algún
reportero, en el colmo de su afición por el escándalo, escribía en un
periódico: “Las casas colgadas de Cuenca se caen”, que siempre ha habido
exagerados en estas cuestiones. Hay que reconocer que este tipo de noticias no
eran nada favorecedoras para una ciudad que salía del aislamiento de décadas
para empezar a ser visitada y conocida, pero precisamente por eso la calle de
la Moneda y sus casas inclinadas cubrieron un cupo de fama y alimentaron
generosas leyendas en que se cruzaban apuestos caballeros cristianos con
hermosas mujeres moras buscando unos y otras el abrazo amoroso en las alturas
hacia las que se inclinaban las casas.
Finalmente
llegó la amarga realidad: una de las casas, insalvable, fue preciso derribarla
mientras la otra se pudo restaurar. De aquello, probablemente, ya no se acuerda
casi nadie. Ni siquiera hay, me parece, turistas que tengan noticia de su
existencia y se acuerden de ella para conocerla y pasearla. Y es una pena,
porque la calle, con apoyos o sin ellos, con leyendas o no, es uno de los más
hermosas y placenteros rincones de Cuenca, un pequeño remanso de tranquilidad
entre el barullo de la cercana ciudad moderna y el trajín del casco antiguo que
se encuentra aquí mismo, a las puertas. Y conserva, desde luego, aquel encanto
casi medieval que le dio fama pasajera durante un cierto tiempo en que fue
protagonista en los papeles impresos.
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