13 10 2018 EL VITUPERADO GORRINO
El vituperado gorrino de las granjas
rurales
Carezco de preparación y conocimientos
suficientes para comprender las cuestiones agropecuarias, lo que no me impide
valorar en forma debida lo que sucede en ese amplio segmento del mundo laboral.
Me hubiera gustado tener algún terruño productor de uvas o aceitunas o pisar
bajo mis pies un huertecillo de esos individuales en los que algunos amigos
míos cultivan tomates o pepinos para su uso particular y bien que presumen de
ello en cuanto tienen ocasión. Pero el destino me ha hecho sujeto totalmente
urbano, sin vinculación práctica con el campo, déficit que compenso con una
profunda curiosidad por cuanto sucede más allá de los límites marcados por la
estructura urbanística ciudadana. Por ello suelo seguir con interés las
noticias que se generan sobre cosechas y rendimientos, los avatares de la
agricultura (si llueve suficiente, si hay sequía, si aprieta el sol, si los
precios suben o bajan o ese mundo tan misterioso de las subvenciones que vienen
de Europa) aún sin entender mucho lo que se esconde tras las esotéricas
explicaciones que acostumbran a dar unos y otros.
Ahora les toca a las granjas de
porcino y con idéntico afán de enterarme y comprender sigo el repertorio de
noticias que van jalonando la actualidad, convencido de que nadie dice
exactamente lo que pasa, o sea, las razones últimas que se ocultan tras lo que
aparenta ser una polémica parcial e interesada. Granjas de animales ha habido
toda la vida y las sigue habiendo; más aún, existe una directa vinculación
entre el ser humano y esos locales donde se crían, cuidan y engordan desde gallinas
a conejos pasando por corderos y el ahora discutido gorrino, cuyos ricos
productos son tan queridos por casi todos los humanos, exceptuando esos
bárbaros que han decidido declarar la guerra a la carne animal, usando de los
más expeditivos mecanismos violentos. No solo ha habido esa relación a la que
aludo, sino que los animales han estado insertos en la vivienda familiar hasta
hace muy poco tiempo. Sorprendería ahora leer los episodios, algunos
ciertamente curiosos, que jalonan el proceso administrativo para conseguir que
en una ciudad como Cuenca las gorrineras salieran del casco urbano para ocupar
espacios en los alrededores. Y eso no pasaba en la Edad Media, sino ayer mismo
como quien dice. Superviviente de aquella íntima relación es el gorrino de San
Antón, que hasta hace muy poco tiempo (quizá todavía en algún sitio) paseaba
alegremente por las calles alimentado por todo el vecindario, en espera de que
llegase su hora mortal.
Es encomiable la intención presunta
que se esconde tras los alegatos surgidos contra las granjas de porcino. Por
supuesto que el más elemental principio de prudencia sanitaria aconseja que los
malos olores generados en tales instalaciones no perjudiquen al conjunto de la
población, aunque es muy llamativo que las proclamas en tal sentido hayan
surgido ahora, precisamente ahora, y no antes (este es un asunto muy viejo) y
se dirijan contra una empresa concreta que, deduzco, no cuenta con las
simpatías de los promotores de la campaña. Aunque más curioso aún me parece
que, entre esos alegatos, no se deslice apenas ningún comentario sobre la
conveniencia de fomentar la riqueza provincial y favorecer los mecanismos de
producción que aporten algo de bienestar a la depauperada economía de nuestros
pueblos. Lo que abre un dilatado abanico de incógnitas que a mí, la verdad, me
gustaría despejar, aunque solo sea para satisfacer la necesidad de saber y
comprender.
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