30 12 2017 EL CUENTO DE NUNCA ACABAR
El cuento de nunca acabar
Un
amigo, al que veo poco pero hacia el que conservo un profundo y ya
inmarchitable afecto, decía una frase insustancial, nada trascendente, pero con
eficaz sentido: “Qué bonita va a quedar Cuenca… cuando la terminen”. El
problema es que eso me lo decía hace más de treinta años, cuando parecía que la
ciudad estaba inmersa en un profundo proceso de cambios estructurales y
ambientales (recordemos: la construcción del Auditorio, el edificio Carmelitas,
San Pablo transformándose en parador de turismo, el edificio de la Inquisición
preparándose para Archivo, la Casa de Beneficencia convertida en delegación
administrativa, el Museo de las Ciencias tomando forma y tantos otros lugares
que por entonces cambiaban de aspecto y funcionalidad) que hacía imaginar, o
quizá suponer, atrevidamente, que todo eso llegaría algún día a su término y
podríamos contemplarlo en conjunto. La ciudad terminada, reluciente, cada pieza
en su sitio y todo funcionando armónicamente.
Desde
luego, nunca ha llegado ese día soñado. Al contrario, las obras, los proyectos,
se han ido engarzando unos con otros, sin solución de continuidad,
manteniéndose activo aquel espíritu de renovación que se ha convertido en una
constante. No recuerdo, en mucho tiempo, un periodo de tranquilidad que pudiera
hacernos creer en la posibilidad de haber llegado a ese momento utópico en el
que todo estuviera ya terminado ofreciendo la posibilidad de contemplar la
ciudad con una amplia mirada de conjunto, encontrándola ya terminada, sin
necesidad de nuevos cambios.
El
año termina con varios edificios monumentales envueltos con esas mallas (ignoro
su nombre técnico) que ocultan a las miradas lo que está pasando tras ellas,
aunque es fácil imaginar cómo manos habilidosas van dando forma a lo que quiera
que se ha diseñado para retocar las fachadas, quizá también el interior, para
reaparecer, dentro de un tiempo, con una imagen renovada. La más espectacular
es la que cubre la fachada del Ayuntamiento hacia la Plaza Mayor, un alarde
descriptivo que permite a los visitantes reconstruir visualmente la imagen del
edificio municipal. Con este tipo de reconstrucciones dibujada, Cuenca se
incorpora (con algo de retraso, seguramente) a lo que es habitual en otros
lugares. También el Seminario y el Edificio Palafox están ocultos a las miradas
por el mismo motivo, ofreciendo en ambos casos una impresión coincidente; son dos
volúmenes de considerables medidas, dos paralelepípedos de poderosas
estructuras y fuerte carga visual, pero para ellos no ha habido cubiertas
decoradas, sino la malla pura y simple, sin alardes ni lujos.
De
todas estas obras, justificadas sin duda, llama la atención la referida a la
que se utiliza como sede del conservatorio, precisamente la que he elegido para
ilustrar este comentario, porque esa obra se realizó bastante después de que mi
amigo dijera aquella frase lapidaria que señalo al comienzo. No han pasado
tantos años y ya necesita una reforma, lo que nos hace alimentar algún
pensamiento poco amable hacia los modos y las técnicas que se emplean en estas
restauraciones. Claro que, con eso y otras cosas parecidas, el trabajo no decae
y la actividad se mantiene, algo digno de considerar en los pesimistas tiempos
que nos ha tocado vivir. Lo que me lleva a pensar que, efectivamente, Cuenca
será muy bonita el día que la terminen, aunque muy probablemente esa fecha
imaginada nunca llegará a concretarse en un momento cierto.
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