23 12 2017 LA SUERTE ESTÁ ECHADA




La suerte está echada

Es relativamente fácil escribir un artículo para comentar algo que ha sucedido o está sucediendo; más complicado es hacerlo sobre lo que aún está por venir, porque los oficios de profeta, adivino u oráculo no están muy prestigiados en estos tiempos. Me enfrento a la pantalla vacía del ordenador para escribir este artículo cuando cae la tarde del jueves y los catalanes acuden, parece que masivamente, a las urnas de las que debe salir alguna suerte de solución al dilatado conflicto en que se han metido, todos, por su mala cabeza colectiva. Escribo, pues, antes de tener ni la más remota idea de qué tipo de resultado va a salir del recuento que se haga esta noche.
       Me imagino el serio conflicto interno que invadirá mañana, viernes, las redacciones y estudios de todas las emisoras de radio y televisión existentes en este país. Si fuera un día normal, lo dedicarían todas a obsequiarnos con el monótono repiqueteo de los niños cantores del sorteo de la lotería navideña desgranando uno tras otro los números seleccionados por la suerte con el necesario acompañamiento de los euros adjudicados a cada uno de ellos, salmodia interrumpida por los abundantes comentarios de los locutores de turno, la mayoría sin ninguna gracia y las numerosas entrevistas aquí y allá para que los afortunados digan siempre las mismas tonterías con que se ilustra la llegada de unos cuantos miles de euros, desparrame de cava incluido. Es un ritual, que se repite cada año y que no provoca sorpresa alguna, pero como es una diversión inocua, gusta verla.
        Pero como no es un día normal, el relato desenfadado y alegre del sorteo navideño se verá este viernes salpicado con los incontables comentarios, análisis y tertulias que todos dedicarán a lo que está sucediendo hoy, las elecciones catalanas. Entonces, con los resultados ya a la vista, unos y otros aportarán quizá alguna luz (probablemente más sombras) a cómo se podrá orientar el futuro, muy problemático si, como parece, las votaciones van a dar como resultado más de lo mismo, o parecido. Es muy complejo, mucho, el panorama político de esa región, nacionalidad o nación, la más rica, desarrollada y progresista de España, también la más quejosa siempre en su desmedido afán de tener más que nadie y ser más que todos. Desde este mirador previo, no encuentro ningún indicio que anime a pensar en una solución razonable a corto plazo. Pero a estas alturas la suerte ya está echada y eso no hay quien lo mueva.
        Si no fuera por eso, la Lotería discurriría por los cauces ya trillados, en los que casi nunca hay hueco para sorpresas inesperadas. Las bolas irán cayendo, una tras otra y los niños cantarán los números y los premios, sembrando a destajo ilusiones y disgustos. Ese mínimo papelito que es un décimo de apenas 11 por 6,5 centímetros encierra infinitas posibilidades y a ellas nos agarramos casi todos. Las papeletas de votación son más grandes, un poco tipo sábana, pero el sobre en que hay que introducirlas también es pequeño, de 16,2 por 11,4 centímetros. En tan poca superficie se encierran tantas posibilidades de alterar el destino de una persona o de una colectividad completa.
        Aunque el gran premio que nos puede tocar a todos los españoles (y, quizá, incluso, a parte del mundo) es que dejemos de hablar continuamente, abrumadoramente, cansinamente, de Cataluña. Porque en el mundo, aunque ellos crean que no, hay otras muchas cosas de las que hablar y en las que pensar. De manera que a estas alturas del artículo, oteando al descuido el horizonte inmediato que nos espera a partir de ahora, no hay más que recurrir al tópico: que Dios reparta suerte, porque ya está echada.

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