19 05 2018 PONGA USTED UN LIBRO EN SU VIDA COTIDIANA




Ponga usted un libro en su vida cotidiana

La tarde se presentó fría, como corresponde a este tiempo primaveral, coqueto e indeciso, en el que no se sabe bien si es conveniente salir a la calle en mangas de camisa y falda corta enseñando el ombligo o es prudente abrigarse bien y llevar el paraguas en la mano. Entre miradas al cielo plomizo para intentar adivinar su próximo comportamiento el público, abundante, ocupó las sillas y se dispuso a participar en el primer acto de la ceremonia, el pregón de la Feria del Libro. Lorenzo Silva estuvo bien, ajustado a lo que se espera de un pregonero, literario y comprometido, con palabra clara y expresión precisa. Uno de esos discursos a los que el oyente no tiene ningún pero que oponer y eso, la verdad, se agradece, teniendo en cuenta otros casos. Luego Zarandea puso la música, que sonó bien en el ambiente un tanto gélido de la Plaza de España, que se estrena como escenario para este evento-
       Sacar el libro a la calle, montar casetas (¿no es este un término más rotundo y con mejor sonido que el de stands?) y poner los volúmenes al alcance de las miradas y las manos, al aire libre, es propósito antiguo y costumbre bien arraigada en la mayor parte de los países civilizados. En Cuenca, los primeros intentos se vinculan a una fecha concreta, el 23 de abril, día simbólico que tenía su celebración concreta en el ámbito docente, singularmente en el único instituto que entonces existía. Las crónicas recogen un primer amago de Fiesta del Libro en ese día del año 1957, con una serie de casetas montadas en Carretería por libreros locales y la presencia destacada de Gerardo Diego firmando ejemplares de sus obras. Ese fue el prólogo o preámbulo, sin continuidad posterior.
      La Feria del Libro moderna llega a Cuenca al amparo de la democracia, vinculación que me gusta señalar porque es muy significativo que la libertad aparezca unida al libro. Fue en el año 1979, recién estrenada la Constitución, cuando el Ayuntamiento, regido entonces por Andrés Moya y con Pedro Cerrillo como concejal responsable de Cultura, decide poner en marcha una aventura ciertamente novedosa, que llega envuelta entre todas las dudas imaginables. El lugar elegido fue el pabellón deportivo El Sargal, donde quedaron instalados nueve stands que entre el 18 y el 22 de agosto, como preámbulo a las Fiestas de San Julián, vinieron a sacar el libro si no a la calle, en sentido estricto, sí fuera del espacio habitual en que se acomodan. Las librerías Evangelio, Román, Lope de Vega y Toro Ibérico, delegaciones de varias editoriales de ámbito nacional, más la conquense Olcades, el Grupo Moaxaja y los Museos de Cuenca y Arte Abstracto fueron los atrevidos valientes que decidieron asumir el riesgo de lo desconocido. A ellos se unió la ONCE, que montó también un mostrador dedicado a informar sobre los métodos de lectura para ciegos. Como complemento lúdico llamado a hacer compañía a los libros, la organización contrató a varios grupos de títeres y guiñol. El pregón inaugural estuvo a cargo de José Ángel García y fue nutrido el repertorio de escritores locales que fueron pasando por las casetas para firmar ejemplares de sus obras. Repaso la lista y compruebo que, de ellos, la mitad ya no están. Cosas de la vida. Y de la muerte.
     La Feria del Libro de Cuenca cumplirá 40 años el próximo. Es una fecha redonda. Como suele ocurrir con los seres humanos, estas cifras siempre merecen una celebración especial. Algunos nos conformamos, simplemente, con que se celebre. Aunque el tiempo amenace lluvia y las dudas acongojen el ánimo de los organizadores.

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