13 01 2017 UNA LEVE Y PASAJERA CUBIERTA BLANCA
Una leve y pasajera cubierta blanca
Hay un sentimiento muy extendido -y no de ahora: la cosa
viene de atrás- de que Cuenca se encuentra inmersa en una especie de microclima
que nos deja aislados o diferenciados de lo que sucede en el resto del mundo
más próximo, como si el cambio climático del que tanto se habla tuviera una
peculiar aplicación entre nosotros. Yo mismo lo he podido experimentar en
alguna ocasión, dentro de mi total desconocimiento sobre estas cuestiones,
cuando regresando a la ciudad desde cualquier otro sitio en el que se estaban
dando determinadas circunstancias ambientales (calor, frío, lluvia, nieve) al
llegar a las inmediaciones de la ciudad comprobaba un cambio radical que
ofrecía aquí unas condiciones totalmente diferentes. Eso es especialmente
señalado en el caso de la nieve, que en los últimos años se ha mostrado
realmente esquiva con Cuenca, a pesar de caer con abundancia en lugares muy
próximos, incluidos los de la inmediata Serranía.
De
manera que cuando este jueves, casi sin previo aviso y quizá sin esperarlo, los
tejados de la ciudad -precioso el barrio de Tiradores- han recibido una
levísima capa nívea, duradera apenas un par de horas, el ánimo se ha sentido
reconfortado al comprobar que, en contra de las muy extendidas impresiones
pesimistas, el blanco fenómeno no se ha olvidado por completo de nosotros y,
aunque con escueta presencia, ha venido a producir esa imagen tan querida,
felicidad de los niños y consuelo visual de los mayores, fotógrafos incluidos,
aunque en este caso han tenido pocas oportunidades de lucimiento.
Lo
que está pasando en el planeta y sobre él, en la capa gaseosa que lo envuelve,
viene generando no pocos comentarios, la mayoría a unos niveles de expresión
científica que resultan difícilmente asequibles por el común de los humanos y
en otros, a sensu contrario, tan ansiosos de llegar al conocimiento popular que
derivan en un planteamiento chabacano cuando no demagógico. Siempre es difícil
encontrar el punto medio entre ambos extremos y eso lo saben bien quienes se
dedican a la enseñanza y deben combatir diariamente con la metodología
conveniente para poder llegar con eficacia a oídos y cerebros no siempre
predispuestos favorablemente.
Algo
está pasando, es evidente, y un buen ejemplo a estudiar es el que tiene que ver
con un fenómeno históricamente vinculado a Cuenca, como ha sido siempre la
nieve, para llegar a la situación actual, donde su presencia es muy rara. No
hace falta remontarse a muchos años atrás, apenas doce o quince, para recordar
enormes nevadas que cubrían durante semanas todo el paisaje circundante, con la
belleza consiguiente y también con las dificultades derivadas, que tantos
problemas causaba, lo mismo en los viajes por carretera que en el normal
abastecimiento de poblaciones aisladas. Cualquiera de nosotros puede recordar y
compartir bastantes experiencias de ese tipo.
Nevar
en la ciudad de Cuenca es ya un fenómeno insólito, algo que se espera y que
raramente llega, para envidia general, creo yo, cuando vemos esas imágenes
repetidas estos días, de Molina de Aragón, Sigüenza, Ávila, Soria… tantos
lugares de media España, por no hablar de las alegres experiencias de quienes
ocupan las estaciones de esquí, incluso en el cercano Teruel, mientras las
pistas de La Mogorrita apenas si pudieron funcionar, y en precario, durante
unos pocos años. No parece posible acudir a ningún mecanismo humano en el que
sea posible influir para que se nos proporcione de vez en cuando una buena
nevada, así que debemos conformarnos con nuestra suerte, la que sea, y, como
último consuelo, ver fotos de otros tiempos.
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