12 05 2018 EL INACABABLE CASO DE LOS TERRENOS DE LA ESTACIÓN
El inacabable caso de los terrenos de
la estación
La vida (y la historia) de
Cuenca está marcada por la aparición sucesiva de varios guadianas, cuestiones y
temas que van y vienen, surgen, crecen, engordan, consiguen incluso despertar
algún entusiasmo en una ciudad dominada por la apatía colectiva y tras el
éxtasis que nos aproxima al mejor de los mundos posibles, el asunto decae, se
apaga, desaparece de las páginas de los periódicos y de las barras de los bares
hasta quedar totalmente olvidado, en espera de que un tiempo después, a veces
unos meses, quizá años, vuelva a tomar vigencia y ser tema de actualidad,
comenzando así la repetición del ciclo, con similares características a la
ocasión anterior y a la que vendrá otra vez, más adelante.
Durante más de un siglo se ha
especulado con la dificultad que supone la existencia de la estación del
ferrocarril convencional y sus instalaciones anejas, incluyendo el paso a nivel
y el puente sobre la avenida de Castilla-La Mancha. La estación parte la ciudad
en dos, interrumpe su normal desarrollo urbanístico, estorba la funcionalidad
de un amplísimo espacio, cuya inutilidad clama al cielo y ni siquiera el viario
subterráneo que comunica Hermanos Becerril con el Paseo de San Antonio ayuda a
resolver el problema.
Esta problemática animó a
sucesivas corporaciones municipales a intentar un acuerdo con la empresa
propietaria de los terrenos, Renfe antes, Adif ahora (en realidad, las dos
vienen a ser la misma moneda, cara y cruz) para liberarlos y darles una
utilidad razonable. Los sucesivos acuerdos (porque han sido ya varios) giraban
siempre en torno a lo mismo: construir miles de viviendas, centros comerciales,
jardines, servicios públicos e incluso, en aquellos tiempos locos de utopías
irrazonables, el palacio de Congresos. El penúltimo protocolo de colaboración
se firmó en octubre de 2011 y en él el secretario de Estado de
Infraestructuras, Rafael Catalá, asumió el compromiso de trasladar la estación
a un lugar indeterminado, dejando libres para urbanizar los terrenos de la
estación.
Siguieron pasando los años. Parecía
que todo el mundo se había olvidado, quizá para siempre, del viejísimo tema de
sacar de la ciudad las vías del tren, cuando he aquí que reapareció de repente,
por sorpresa, sin previo aviso y sin que ya nadie lo esperara. El milagro lo
consiguió el entonces ministro de Justicia y diputado por Cuenca, Rafael Catalá
(sí, el mismo que antes era secretario de Estado), que el lunes, 7 de marzo de
2016, apareció por aquí con su colega de gabinete, la ministra de Fomento, Ana
Pastor. Los dos miembros del gobierno se reunieron con las autoridades
municipales, hablaron, visitaron los terrenos y acordaron crear un grupo de
trabajo para elaborar una serie de propuestas, vinculadas de paso con los
estudios para elaborar un nuevo Plan de Urbanismo (otro Guadiana al que se le
pierde la pista), estando todos de acuerdo en buscar una solución para que la
ciudad pueda recuperar esos espacios tan inútilmente ocupados por una estación
que no tiene consigna, ni kiosko de prensa, ni tiendas, ni apenas viajeros y,
por supuesto, dedicada a ver pasar cansinamente un ridículo número de trenes.
Los reunidos se pusieron un
plazo para presentar un avance de conclusiones: octubre. De 2016, claro. Pero a
este Guadiana ahora le toca seguir su camino bajo tierra, oculto a las miradas
ansiosas e indiscretas de la ciudadanía. Como el año que viene tocan
elecciones, a lo mejor entonces vuelve a salir a la superficie.
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