06 01 2018 NO HAY QUE PERDER LA ESPERANZA
No hay que perder la
esperanza
No
está mal que esto lo diga alguien que milita, por convencimiento y por
aburrimiento, en el nutrido bando de los escépticos. A pesar de las incontables
señales indicadoras de que no hay especiales motivos para confiar en que la
situación vaya a cambiar en un futuro inmediato, al menos de forma sustancial,
uno se resiste a arrojar la toalla y, por el contrario, piensa que quizá sea
posible la aparición, en forma de varita mágica, de un remedio que active la
aletargada vida de esta ciudad. Si miramos hacia el balance global del año que
ha terminado encontraremos un vacío total en cuanto a novedades de interés
pero, eso sí, muchos anuncios de proyectos e ideas que se trasladan a un
hipotético futuro, que solo podrán conocer los muy longevos.
Sería
interesante hacer una clasificación, al modo de esas encuestas que de vez en
cuando se nos ofrecen, con puntuaciones de más a menos sobre esto o aquello,
incluida la valoración de los políticos en ejercicio, para ver cuales, de los
tropecientos asuntos pendientes, pondríamos en los primeros lugares. A falta de
esa encuesta demoscópica (que no creo nadie vaya a realizar) diré, por mi
cuenta, que el asunto prioritario al que debería prestarse atención es el
espantoso agujero abierto en la calle Astrana Marín en espera de un hipotético
aparcamiento subterráneo cuya construcción parece estar tan en el aire como el
primer día, y no lo digo tanto por el aparcamiento en sí mismo, que a fin de
cuentas me parece una cuestión menor, sino por su terrible incidencia social,
humana y estética en una zona tan céntrica de la ciudad y también por el
inaudito aislamiento producido sobre el instituto Alfonso VIII, situación que
en lugares menos abúlicos que éste habría provocado ya una auténtica revolución
popular.
A
partir de ese asunto, al que he colocado en el primer lugar de la
clasificación, podrían desgranarse todos los demás en forma de rosario, con el
acompañamiento de la necesaria letanía de lamentos. Y ahí estarían, por
ejemplo, en amistoso batiburrillo temático, los terrenos de la estación y su
futura utilización para no se sabe qué, de los que se viene hablando desde los
tiempos de Maricastaña, mientras no se dice nada del fantástico bulevar a la
estación del AVE que un alcalde prometió en años ya olvidados; el espantoso
estado de los accesos a la ciudad por cualquiera de sus carreteras, sin que
nunca lleguen la mejora ni las iluminaciones anunciadas; en el centro urbano
seguimos viendo el progresivo deterioro de la Casa Monjas, del mercado
municipal, de los Sindicatos, mientras tiemblan los esqueletos de las nuevas
sedes de ellos y de los empresarios, sin que nadie diga para qué van a servir
de ahora en adelante, olvidado ya también, parece, el anuncio de la nueva
comisaría. Es más que dudoso que en el año ahora en marcha se termine de
deshojar la margarita sobre ascensores o escaleras mecánicas para subir al
casco antiguo y ni siquiera estoy seguro de que el Ayuntamiento se decida a
aplicar el disparato sistema que ha concebido para controlar los accesos.
Seguirán
diciendo que se va a ampliar el Museo de Cuenca, que la colección Roberto Polo
quedará instalada en el Archivo Histórico (sin explicarnos qué se va hacer o
dónde se va a situar la colección documental), a lo mejor empiezan las obras de
la Casa del Corregidor y de las Casas Colgadas, seguirá pendiente la iglesia de
Santa Cruz y se inventarán algún otro título para acompañar a Cuenca, una vez
que ya se renuncia a insistir en la temeraria aspiración a capital
gastronómica, sin previamente hacer el esfuerzo de mejorar la oferta y la
calidad. Pero no hay que perder la esperanza que es, dicen los antiguos, lo
último que debe perderse.
Comentarios
Publicar un comentario