31 07 2016 EL PUENTE DE CRISTINAS




La belleza melancólica de un puente histórico

            Me declaro admirador y devoto de los puentes, de todos los puentes, de cualquier puente. Los he ido buscando, uno tras otro, hasta tener mi propio catálogo personal de estas construcciones, sencillas y pequeñas unas, monumentales otras; los hay con una mínima utilidad, la de salvar un arroyo insignificante, que casi podría cruzarse de un salto pero también existen otros de noble apariencia, elegante trazado, perfecto encaje en el paisaje circundante. En los ríos de Cuenca no hay puentes verdaderamente monumentales, al estilo de aquellos que se nos mencionan como ejemplos insignes de la ingeniería y la arquitectura, que de ambas ciencias se nutren estas construcciones tan útiles a la vez que hermosas, por más que en los tiempos modernos este segundo concepto parezca haber pasado a segundo plano, tal es la fealdad de algunos de los que tenemos a la vista, pero sí hay algunos ejemplares ciertamente valiosos. Lo siguen siendo, aunque muchos de ellos han perdido ya el valor de la utilidad y eso, actualmente, es un pecado mortal: lo que no es útil, lo que no sirve, queda arrumbado, marginado, olvidado. Y en el caso de los puentes, el castigo lleva consigo la paulatina destrucción, el desmoronamiento de sus petriles, el deterioro de sus pilares fundamentales.    
            Si hay un puente que merece todos los efectos de la admiración es el de Cristinas, pasado Pajaroncillo en la carretera hacia Cañete, poco antes de donde están el paraje natural de Las Corbeteras y el caserío industrial de El Cañizar. Cruza el Cabriel en un punto magnífico, encajado como pieza insustituible en el grandioso a la vez que cercano paisaje. Se trata de un magnífico ejemplar renacentista de dos ojos de traza muy original. Para empezar, no se encuentra en posición perpendicular a  la línea del río, como era criterio clásico, sino que ofrece una ligera inclinación en diagonal. Tampoco son iguales los arcos de sus dos ojos, que presentan un medio punto con distinto radio. La construcción es de sillares muy sólidos, con un contrafuerte central con potentes quillas a ambos lados pero de forma diferente, lo que acentúa la originalidad de su traza.  En la gran pilastra central se encuentra grabada en la piedra una cruz y bajo ella la leyenda “Este puente lo hizo el Convento de Santa Cruz de Carboneras a su costa” y una fecha incompleta: 1.5… y, aunque allí no se dice, aquí sí puede atribuirse la construcción a los primeros marqueses de Moya.
            Los caminos actuales no tienen mucho que ver con los existentes en el siglo XVI pero es fácil adivinar la ruta que serviría para enlazar la capital del marquesado con el convento que los marqueses habían elegido para servirles de panteón definitivo aunque también se deben atribuir a este puente otros propósitos de signo material, vinculados con la ganadería y la explotación de la riqueza forestal y agrícola de estos contornos, incluidos los molinos levantados a la orilla del Cabriel, con el de Cristinas en posición destacada. Todo ello es el pasado, sustituido por un presente que trajo consigo lo ya sabido en estos casos: la pérdida de utilidad tan pronto se hizo la nueva carretera y el progresivo deterioro. Ya en 1871 se elaboró un pequeño presupuesto para arreglarlo y en 1891 el pueblo de Pajaroncillo pedía ayuda porque veían que se hundía y ellos no tenían fuerzas suficientes para encontrar las 7.000 pesetas entonces necesarias.
            Ha pasado mucho más de un siglo y el puente de Cristinas ofrece hoy una imagen doliente, melancólica, pero extraordinariamente bella, como un elemento más del paisaje en el que ya ha quedado integrado con la misma fuerza que el rumor constante de las aguas del Cabriel o el flamear ondulante de los chopos de la ribera. Leo que ahora sí hay un proyecto para salvarlo y cruzo los dedos para que sea verdad, a la vez que me asombra que en el seno de una sociedad claramente preocupada por atender necesidades vinculadas a la utilidad, con desprecio de lo que no lo tiene, exista un hueco suficiente para mirar hacia el lugar en que dormita un puente histórico, cuyo único valor material, enorme valor, es el de seguir existiendo para que las miradas humanas puedan seguir contemplando su elegante y sobria serenidad.

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