30 10 2016 DE MONUMENTOS, CENIZAS Y FANTASMAS ANIMADOS
De monumentos, cenizas y fantasmas
animados
Como viene siendo costumbre desde
hace algunos años, estos días sale a la Plaza de España la venta artesanal de
flores funerarias, mercadillo improvisado con el que hortelanos diversos
compiten con los comercios establecidos de manera permanente, en el natural
afán de acudir a compartir algo de la sustanciosa tarta que genera la industria
de la muerte, a la que con tanta devoción se rinde culto en el ámbito
cristiano. No solo aquí, desde luego, pero sí entre nosotros con especial
delectación. Otras culturas lo tienen mucho más claro, recurriendo directamente
al fuego para eliminar cualquier rastro del difunto y, por supuesto, sin dejar
tras sí la herencia, a veces molesta, siempre onerosa, de una tumba a la que
acudir periódicamente a cuidar y dejar esas flores que ahora se ponen
generosamente a la venta.
No es un privilegio exclusivamente
cristiano, pero sí abunda más entre nosotros ese permanente culto a los muertos
que se plasma en la construcción de enormes mausoleos. De hecho, el que
probablemente es el más hermoso monumento funerario existente en el mundo
corresponde a otra religión, el Taj Mahal, que el sultán mandó construir para
cubrir con tan bellísima arquitectura la tumba de su amada Arjumand, muerta en
plena juventud al dar a luz su decimocuarto hijo. En esa misma línea de
grandiosidad se alinean las pirámides egipcias, que tanto entretenimiento y
ocupación vienen prestando tanto a los arqueólogos profesionales como a los
saqueadores de tumbas, empeñados unos y otros (por muy distintos motivos, como
es natural) en encontrar los más escondidos vericuetos de tan artificiosos
recintos. Sin alcanzar estos niveles de grandiosa monumentalidad, nosotros
disponemos de un enorme mausoleo colectivo, el reservado para los reyes de
España en el seno del monasterio de El Escorial y aquí mismo, a un paso, en la
catedral de Cuenca, junto a multitud de enterramientos anónimos cuyas lápidas
han sido borradas por el paso de miles de pies a lo largo de los siglos,
existen dos monumentales capillas, ahora en la plenitud de su admirable
belleza, la de los Caballeros, destinada a acoger los sepulcros de la familia
Albornoz y la del Espíritu Santo, residencia definitiva de los Hurtado de
Mendoza, sin olvidar que el bellísimo Transparente es también el espacio de
acogida para los restos de san Julián.
El afán por ofrecer residencia
permanente a quienes se ven obligados a emprender el camino definitivo hacia
ese lugar del que nunca se regresa ha obligado a habilitar espacios adecuados,
dando origen a la formación de auténticas ciudades de los muertos, cada vez más
extensas, con sepulturas generalmente discretas, como corresponde al común de
los mortales, pero también con otras suntuosas con las que familias poderosas
quieren dejar constancia bien visible de ese poderío, en una prolongación fatua
de la humana vanidad, cuando el protagonista, realmente, ya no la necesita ni
puede disfrutar de ella. Entre esos monumentos funerarios, visibles en el
cementerio de Cuenca, hay algunas obras de arte pero la mayoría, sinceramente,
son un horror.
A combatir esta tendencia cristiana
hacia la conservación permanente de los cuerpos vino a oponerse en tiempos
modernos otra que, por lo que creo, ha ido aumentando con el paso de los años,
en forma de incineración que deja reducido el cuerpo a un amistoso tarro de
cenizas que, según gustos personales, se conserva en casa, se entierra debajo
de un árbol querido por el difunto o, sencillamente, se arroja al mar, al río,
a los campos de amapolas o a donde cada cual le parece más oportuno. Sobre este
ritual se han hecho varias divertidas películas, porque el humor negro, por
fortuna, no decae. En esas estábamos cuando al papa Francisco se le ocurre la
peregrina idea de criticar tan saludable costumbre, dictando como norma la
conservación de los tarros ceniceros en un lugar apropiado, con lo que estamos
en las mismas, esto es, la afición perversa a conservar indefinidamente lo que
la misma iglesia llama, en el rito funeral, despojos. Seguro que habrá algunos
fieles dóciles que seguirán el recado papal pero también estoy convencido de
que un crecido número seguirá haciendo de su capa un sayo, como es natural.
Mientras, ajenos a estas
menudencias, máscaras y calabazas saldrán estos días alegremente a la calle
para demostrar de manera fehaciente lo que todos sabemos: América manda y la
industria americana, también. Adiós a las benditas ánimas del purgatorio y bien
venido sea Halloween y su corte fantasmal.
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