29 04 2017 MIRÉ LOS MUROS DE LA PATRIA MÍA
Miré los muros de la patria mía
Para mi gusto, la imagen que
proporcionan castillos, murallas, torreones y similares forma parte del
repertorio más vistoso, a la vez que entrañable y nostálgico de cuantas se
pueden encontrar en cualquier ruta viajera por la que uno transite en un
momento determinado. En provincias como la nuestra, que fue tierra de frontera
durante siglos (y no solo entre musulmanes y cristianos, sino también entre las
diversas banderías señoriales del interior) es lógico que exista una fecunda
dotación de elementos fortificados y, en efecto, los hay. Ahora toca efectuar
el conocido y repetido lamento: por desgracia, la inmensa mayoría se encuentra
en condiciones lamentables de conservación y ese es un reproche que debemos
atribuir, a toro pasado, a las generaciones precedentes, muy poco cuidadosas
con la riqueza patrimonial que tenían a su alcance.
Dos de esos castillos ofrecen un
aspecto impecable, gracias a oportunas intervenciones, una pública, otra
privada, llevadas a cabo ya en tiempos modernos. La primera joya recuperada fue
la de Alarcón, adaptada como es sabido para parador nacional de turismo,
funcionalidad que viene desarrollando con notable aceptación. La otra es la de
Belmonte, que finalmente ha podido superar una larga etapa de indecisiones y
sobresaltos para poder ser utilizado con fines igualmente turísticos y
gastronómicos en lo que parece ser también una afortunada intervención, en este
caso de sus propietarios.
Hay otros castillos, de menor
entidad (Enguídanos, Paracuellos, Torralba) en los que por lo menos se han
efectuado labores de consolidación de muros y limpieza que permiten apreciarlos
de un modo general, integrándose de forma natural en el entorno paisajístico al
que pertenecen. Y luego quedan todos los demás, en triste situación de
abandono, viendo cómo de manera progresiva van perdiendo fragmentos de la
construcción mientras avanza imparable, incontenible, un lento proceso que habrá
de conducirlos a su definitiva desaparición. Si alguien, el destino o los seres
humanos, no lo remedia.
No son pocos los ejemplos que se
pueden citar; entre ellos, por elegir uno en el que poner la mirada directa con
un comentario que puede ser aplicable a otros muchos, señalo con el dedo y la
letra al de Puebla de Almenara, quizá porque es de los menos conocidos (o, al
menos, eso me parece) porque no se encuentra al lado de una carretera ni del
propio pueblo, sino que hay que hacer una pequeña excursión para ir a verlo.
Está situado en un espolón rocoso de la Sierra Jarameña y a diferencia de otros
muchos con un soporte musulmán en sus orígenes, este fue obra directa de los
cristianos, llevada a cabo por la Orden de Santiago para defender su
territorio, a pesar de que el pueblo no estaba incluido en él. De esa manera,
entre finales del siglo XII y comienzos del XIII se alzó la imponente fortaleza
sobre la que existe una detalladísima descripción en las Relaciones
Topográficas de Felipe II. En esa época, ya había sido reconstruida por el
marqués de Villena dándole un aspecto más palaciego que militar. Y después, el
abandono, el desmantelamiento, la ruina. Ahora se mantiene en pie todavía buena
parte de la estructura exterior (muros y torres) e incluso en el interior aún
pueden reconocerse algunas zonas, como el salón principal y las caballerizas.
El castillo de Puebla de
Almenara es uno de los que la asociación Hispania Nostra viene incluyendo
anualmente en la lista de edificios monumentales en peligro de ruina por su
inexistente conservación. En 1984, apenas iniciada la recuperación de la
democracia, la Junta de Comunidades lo incluyó entre sus previsiones de
actuación pero nada se hizo y tampoco aparece en los planes actuales de la
Diputación. Es como si todo el mundo hubiera arrojado la toalla, para hacer
buenos los versos de Quevedo:
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.
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