26 06 2016 EL CONVENTO DEL ROSAL, EN PRIEGO
La melancólica belleza del convento del Rosal
Sobre las ruinas, sobre
cualquier tipo de ruina, son siempre aplicables los emocionados versos de
Rodrigo Caro ante la sombra demolida de lo que había sido la bella Itálica: “Estos,
Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora / campos de soledad, mustio
collado, / fueron un tiempo
Itálica famosa”, como
lo fue el convento de Nuestra Señora del Rosal, que en las afueras de Priego,
en la carretera hacia Alcantud, viene ofreciendo a la contemplación de los
pocos seres humanos que de vez en cuando nos acercamos hasta allí, la oferta de
su permanente y desamparada desnudez, expuesta a la inclemencia de un tiempo
que no perdona ni tolera.
Sobre estas ruinas admirables,
bellísimas, campa no solo la melancolía de la historia maltratada sino también
mi propia experiencia personal que vuelve una y otra vez a este punto, como si
fuera parte de mí, a través de un singular hilo de comunicación. Diego Jesús
Jiménez escribió sobre estas ruinas un emotivo poema y me lo dedicó; eso
introduce al convento, a su claustro, singularmente, en mis propias vivencias.
Del convento, en realidad, no
queda nada, solo el claustro, un auténtico ejemplar único en el ámbito de la
provincia de Cuenca; sólo por ello se convierte en una pieza insustituible de
nuestro patrimonio, merecedor de que sea conservado al menos en las condiciones
en que se encuentra; convencidos de esa necesidad, las sucesivas autoridades
que se vienen sucediendo en la administración de la cosa pública, anuncian una
y otra vez trabajos de recuperación y mantenimiento. Lo vienen haciendo desde
que estas venerables ruinas fueron declaradas monumento nacional en 1982 e
incluso se han iniciado trabajos en ocasiones, como hizo una Escuela Taller en
la década pasada, que logró al menos consolidar los restos desperdigados por el
campo y reordenar unas cuantas arcadas.
Fundado en
1525, fue entregado a las franciscanas concepcionistas, que lo mantuvieron
hasta que los desastres de la guerra civil las obligaron a abandonarlo,
saliendo precipitadamente las 15 religiosas, tristes por tener dejar atrás su
querda residencia y apesadumbradas porque “dejamos cociéndose una
hornada de pan y dieciocho docenas de bizcochos bañados, de los que vendíamos,
que se estropearían”. Con una rapidez pasmosa, que seguramente puede sorprendernos, terminada
la guerra, en la que el convento fue utilizado, como era costumbre, para fines
muy diversos (cuartel, hospital, polvorín) pero de la que salió indemne, se
produjo el deterioro absoluto, acentuado por docenas de expolios de quienes
encontraron aquí un cómodo almacén de suministro gratuito de materiales para
construir o arreglar sus propias viviendas.
De lo que fue espléndido
recinto arquitectónico queda hoy en pie parte de la iglesia y las bellísimas
arcadas de lo que fue el claustro monacal. La iglesia pertenece al gótico
tardío que apenas si se puede adivinar en los paramentos que permanecen
alzados, el más vistoso de todos ellos el que corresponde al piecero, con su
espadaña de tres ojos en triángulo y cubrición a dos aguas. En cuanto al
claustro es evidente la influencia del estilo renacentista. Estaba formado por
una serie de arcos de medio punto con rosas labradas en las enjutas y se adosaba
a la iglesia por el lado del S. Debido al sistemático saqueo llevado a cabo,
desapareció buena parte de las piedras por lo que la ha sido preciso labrar
otras nuevas para cubrir los huecos.
Sobrevive, y podemos
verlo en la calle de San Pedro de Cuenca, al lado del hotel Leonor de
Aquitania, el impresionante escudo de los marqueses de Priego que formaba parte
del convento y que fue trasladado a la capital provincial cuando comenzó aquí
la reconstrucción del casco antiguo, hacia la mitad del siglo XX.
En el año 2011 la asociación
Hispania Nostra incluyó el convento del Rosal en la Lista Roja del Patrimonio,
por su estado de abandono, señalando un grave deterioro de la piedra de los
arcos del claustro, además de ser continuada víctima de expolios. Ahora, por lo
que hemos podido leer estos días, la Diputación provincial ha incluido estas
vetustas, tristes, bellísimas ruinas en los planes de intervención que ha
preparado para los próximos meses. Es una canción que venimos oyendo, de manera
repetida, durante décadas pero no quiero que me venza el escepticismo. A lo
mejor ahora es verdad. A lo mejor ahora el claustro del convento del Rosal
puede encontrar el sosiego pacífico que viene buscando, sin encontrarlo, desde
hace tanto tiempo. Sólo para servir de amable y bella compañía en la soledad
silenciosa de los campos de Priego.
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