23 10 2016 REDESCUBRIMIENTO DE UNA CATEDRAL
Redescubrimiento de una catedral
Desde que el viajero Antonio Ponz
ofreció al mundo a finales del siglo XVIII la primera descripción objetiva (y
crítica) de la catedral de Cuenca, el magno edificio que cubre con su fachada
un gran sector de la Plaza Mayor salió del aislamiento y el desconocimiento en
que hasta entonces había estado sumergido para empezar a llamar la atención de
quienes quisieran mirar hacia este escondido rincón de la España interior.
Mucho ha llovido desde entonces y miles de páginas se han escrito sobre esta
maltratada iglesia catedralicia cuya inconclusa apariencia exterior tanto atrae
a los visitantes, singularmente a los amigos de la fotografía, mientras a su
alrededor llueven las explicaciones, más o menos imaginativas de los
informadores, empeñados en calificar como gótico a lo que es, sencillamente,
una imitación levantada en el siglo XX.
No estamos ya en situación de
necesitar descubrir la catedral de Cuenca, bien conocida y estudiada, fantasías
esotéricas incluidas, pero sí de ofrecer, una y otra vez, un sentimiento de admiración,
ahora acrecentado al hilo de la exposición de Ai Wei Wei, pretexto para que
sobre ella giren visitas y miradas, no solo de turistas ocasionales sino,
quisiera creer, también de conquenses, capitalinos y provinciales, que por este
motivo o por cualquier otro hayan sentido el deseo de acercarse hacia este
singular edificio, no solo monumental sino admirable desde el doble punto de
vista arquitectónico y artístico. Porque no siempre ha sido así. Aún contando
con una natural simpatía popular hacia el templo cardinal en que se apoya la
estructura diocesana, tal cosa suele manifestarse en bastantes ocasiones de
boquilla, como recomendación tópica que se hace para que otros, los demás,
hagan la visita, mientras el portavoz muestra signos de pereza evidente, dando
por supuesto que él no necesita hacer lo que imagina sabe de sobra sin
necesidad de experimentarlo con sus propios ojos.
Si se están haciendo estadísticas
(imagino que sí) al final del recuento de esta exposición sabremos cual ha sido
el nivel numérico de asistencia de conquenses que, aparte la cita concreta del
artista chino, habrán tenido la ocasión de disfrutar del colosal espectáculo
que ofrece ahora mismo la catedral de Cuenca donde, hay que decirlo llanamente,
sin subterfugios dialécticos propios del lenguaje político, se ha hecho un
considerable esfuerzo para que el templo ofrezca un aspecto espléndido. La
luminosidad natural, la iluminación artificial, la limpieza, el orden, las
capillas abiertas, la rejas esplendorosas, la señalización informativa son,
entre otros, elementos de una notable eficacia que nos permite asistir a un
auténtico redescubrimiento, necesario para sepultar en el olvido aquellas
imágenes de oscuridad tenebrosa, silencio angustioso, suciedad escondida en los
rincones, ambiente opresivo y frío estremecedor que quienes éramos jóvenes hace
medio siglo recordamos como factores integrantes de una visita a la catedral de
Cuenca.
La exposición culmina con la subida
al ingenioso artificio escalonado que nos permite, desde las alturas, asistir
al grandioso espectáculo de tener el triforio al alcance de la mirada o de
extenderla hacia el último rincón de las profundidades de las naves. A los
conquenses que aún no han ido a vivir esta experiencia habría que animarlos a
hacerlo, antes de que la oportunidad se evapore.
No desaparecerá, creo y espero, todo
lo demás, aquello que he ido comentando en líneas anteriores. Se irá el
montaje, discutible, preparado por Ai Wei Wei, que dentro de unos meses será
solo un apunte en el calendario de esta ciudad, una anécdota, pero la catedral
permanecerá en sus condiciones inmutables, de las que no debería perderse
cuanto de positivo se ha le ha incorporado con motivo de esta cita puntual.
Sería un lamentable retroceso que al término de esta experiencia concreta, se
volviera a cuestiones anteriores, por motivos de dinero, de personal, de
organización o de lo que sea. Ahora que se está redescubriendo la inmensa
belleza de la catedral de Cuenca ese bien intangible pero visible debe quedar
incorporado plenamente a las experiencia de lo cotidiano. Seguro que a todos nos
vendrá bien.
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