21 08 2016 SIEMPRE DEBERÍA SER AGOSTO


Siempre debería ser agosto 

            El acercamiento esporádico a los censos de población ofrece siempre datos descorazonadores: 20 habitantes, 50 habitantes, en una línea que la gráfica interpreta en forma descendente, sin que las declaraciones grandilocuentes que se nos ofrecen de vez en cuando aporten, más allá de las buenas intenciones verbales, ningún remedio y menos aún perspectivas de que ese proceso pueda no ya invertirse, sino al menos ser frenado.
            Los datos, las estadísticas, los análisis científicos bonitamente elaborados desde un cómodo despacho en medio de la populosa ciudad no son suficientes para reflejar ni transmitir la realidad, ciertamente deprimente, de unos pueblos semidesérticos, unas calles vacías, bares cerrados, comercio inexistente, escuelas sin niños. Solo la llegada esporádica del camión de reparto que trae el pan o quizá un mercadillo ambulante, parece animar levemente el ánimo de las gentes, acudiendo a la llamada del altavoz o la bocina. Ese es el panorama que encontramos quienes tenemos la costumbre de viajar y visitar nuestros pueblos, grandes y pequeños, en cualquier época del año para comprobar que sólo en algunos se mantiene una actividad continuada y en sus calles alienta con cierto vigor el hálito vital que se desprende de la presencia de seres humanos. La provincia se está despoblando a marchas forzadas, en un proceso de concentración humana que favorece a los más potentes pero deja en abierto desamparo a los que ya son pequeños, cada vez más pequeños.
            La situación cambia radicalmente cuando llegan las fiestas. Y las fiestas, como se sabe, se concentran de forma mayoritaria en agosto, con un estrambote también importante para septiembre. Al amparo de la llamada ancestral, el pueblo despierta, puertas cerradas durante todo el año se abren, habitaciones enmohecidas por el silencio y la oscuridad reciben la luz del sol, el ruido callejero se impone a la sosegada placidez, casi de cementerio, que había estado vigente un mes tras otro. Y vuelven, sobre todo, los niños, el ingrediente fundamental que refleja la existencia de vida, y también los jóvenes, dispuestos a reproducir, con una visión moderna, actualizada, costumbres de siempre, en busca de los lugares emblemáticos del lugar, en una inconsciente recuperación de lo que siempre fue el ritmo vital del pueblo y se incorporan alegremente a las sencillas costumbres de siempre, la verbena, la procesión, la excursión al río, la búsqueda de fósiles. Y, por supuesto, el reencuentro con familias y amigos con quienes no se tenía contacto desde años atrás y que ahora forman una inacabable tertulia de recuerdos, siempre a la búsqueda del proustiano tiempo perdido, ese que nunca puede recuperarse.
            Algunos aficionados a la vida ermitaña se quejan del alboroto que estos días de agosto interrumpe el sosiego de su monotonía. En la plaza han instalado artilugios destinados a la diversión infantil, un trenecito recorre incansable las calles despertando el jolgorio de chicos y mayores, la música estridente nocturna impide dormir hasta bien entrada la madrugada. El bar no para de servir cañas y elaborar raciones, tan añoradas desde la gran ciudad, en territorios donde desconocen palabras mágicas (morteruelo, zarajo, torrezno) que ahora, en este agosto abrasador, a la sombra del olmo o de la parra, cobran toda su vigencia y, por qué no decirlo, también su sabor, porque es cierto, y está comprobado, que estas cosas no saben igual en el corazón del pueblo que en cualquier otro sitio.
            Siempre debería ser agosto en estos pueblos de población descendente y vida lánguida durante meses. Siempre debería haber niños correteando por las calles (y, claro, en las aulas de la escuela vacía) y adultos encontrándose al caer la tarde para intercambiar experiencias de lo vivido en la jornada. Y los que fueron autoridades representativas, el cura, el sargento de la Guardia Civil, el maestro, el médico, deberían estar siempre allí, dando prestancia al lugar y no viniendo de uvas a peras, para cumplir un rito obligado que se aplica rutinariamente, buscando solucionar el trámite de la forma más rápida posible. Agosto, sin duda alguna, pasará y con él se irán estos cientos de visitantes que durante unos días, unas semanas quizá, han vuelto a llenar de vida y ruido tantos de nuestros pequeños pueblos (La foto fue tomada en Henarejos, el pasado sábado).


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