21 01 2017 DE CÓMO TREPAR AL NIDO DE ÁGUILAS
De cómo trepar al nido de águilas
No hay constancia de que, durante
siglos, a los conquenses habitantes de Cuenca les causara especiales problemas
la topografía arriscada y difícil del lugar habitado, por entonces únicamente
lo que ahora llamamos casco antiguo. Las dificultades aparecieron cuando
empezaron a llegar viajeros curiosos, precursores de lo que luego se conocería
como turistas. Uno de los pioneros, Antonio Ponz, lo dijo de manera muy
gráfica: “para trepar por sus calles,
particularmente por algunas, es menester poco menos que tirarle a uno con
carruchas, y a veces han reventado las caballerías”. No menos gráfico fue,
en épocas más recientes, Pío Baroja, cuando comparó la situación encumbrada y
áspera de Cuenca con un nido de águilas, texto que, por conocido, no merece la
pena reproducir aquí.
La modernidad, o sea, el último
siglo, entre los deseos de ofrecer mejores comodidades para los locales y de
facilitar las cosas para los visitantes, nos ha traído una creciente
preocupación por obtener alternativas a la dificultad natural propia de la
subida al núcleo histórico de Cuenca. El dossier personal que he ido elaborando
sobre este asunto alcanza dimensiones mamotréticas, imposibles de resumir aquí,
de manera que iré directamente al grano.
En los años 50 del siglo pasado
surge la idea de construir algún tipo de artilugio que pudiera poner en cómoda
comunicación las dos partes de la ciudad. Encuentro la cita en un reportaje
publicado en Ofensiva el 27-07-1952, donde se exponen dos posibilidades, las
mismas que han venido repitiéndose en épocas sucesivas hasta hoy mismo, o sea,
un ascensor subterráneo o bien un sistema de transporte aéreo, en forma de
funicular, escalera mecánica o similar. La cosa no fue un brindis al sol, sino
que el Ayuntamiento, en sesión del 16-07-1956 adoptó el siguiente acuerdo: “Convocar un concurso de ideas para la
construcción de un ascensor que comunique la parte baja y la alta de la
Ciudad”. Y en efecto, se convocó y se aprobó el proyecto, que entonces tenía un
presupuesto de 15.982.950,91 ptas.
Pero no se hizo y, lo que es peor, a
esa primera idea sustituyeron otras; primero se pensó en un funicular, luego en
una vagoneta de desplazamiento inclinado adosada al perfil de la superficie del
terreno, en 1972 un metro subterráneo, en 1980 un túnel subterráneo para
comunicar las dos hoces con un ascensor en vertical en el centro, en los años
90 un teleférico, en 1993 se presentó a bombo y platillo un ascensor con origen
en el arranque de la subida a las Casas Colgadas, pero a continuación llegó al
Ayuntamiento otro partido que estimó mejor hacer unas escaleras mecánicas de
las que en 1997 se volvió al ascensor, cuya construcción se adjudicó a una
potente empresa nacional en la cantidad de 325.955.000
pts .
Siguieron diversas alternativas hasta que en 2005 se volvió a poner en marcha
otro concurso similar a los anteriores, con el acuerdo final de encargar la
redacción del proyecto (otro proyecto) al arquitecto Manuel de las Casas que,
en efecto, lo hizo y lo entregó.
Como tengo que ser
necesariamente ajustado al espacio disponible, ahorraré a los lectores la
larguísima serie de incidentes y anécdotas del más variado calibre que hay en
este recorrido de más de más de 70 años, para llegar al momento actual en que,
nuevamente, otra vez, sale del cajón de los misterios la grave cuestión de cómo
facilitar cómodamente el trasiego entre la parte baja de la población y las
alturas donde moran las águilas.
Lo extraordinario,
desde mi punto de vista, es que los impulsores de esta idea quieren
desarrollarla de nuevo, como si aquí no hubiera pasado nada, empezando de cero.
Parece que a nadie le interesa recuperar ninguno de esos proyectos, pagados y
bien pagados, como es natural, sino que hay que desembolsar otros cuantos
millones más para volver a tener en el cajón otro proyecto, seguramente alguna
genialidad técnica, cuyas posibilidades de ejecución son nulas y, por tanto,
está condenado de antemano a no servir para nada.
Al parecer, a nadie
importa o interesa desarrollar el más efectivo, práctico y barato sistema de
comunicación: un buen servicio de microbuses en circulación constante, sin
horarios, recogiendo a los viajeros de manera continua y rápida. Aquí, al
contrario, lo que se hace es, cuando más gente (y turistas) hay, los fines de
semana y festivos, el servicio se reduce a la mitad. Así de geniales son las
cosas en Cuenca.
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