19 08 2017 EL ROLLO DE JUSTICIA, SÍMBOLO DE AUTORIDAD
El rollo de justicia, símbolo de
autoridad
No recuerdo haber leído ningún
artículo o trabajo sobre los rollos de justicia que pudieron existir en la
provincia de Cuenca, ni por qué fueron eliminados ni comentario alguno sobre
los (pocos) que aún permanecen en pie. Porque en esto, como en tantas otras
cosas, haberlos los hubo, incluso en la capital de la provincia, que tuvo una
Plaza de la Picota donde ahora está la Plaza Mayor y como debieron tenerlos la
práctica totalidad de las villas exentas de señorío y sujetas directamente a la
corona. Porque el rollo de justicia, o picota, más allá de la significación
dramática que se les quiera atribuir, por aquello de ser el punto en que se
exponían a los condenados a la vergüenza pública, era un símbolo de la
autoridad municipal, e incluso de la autonomía funcional derivada de la
posibilidad de aplicar las leyes sin intervenciones ajenas.
Aunque en el habla ordinaria se
mezclan indistintamente los conceptos rollo y picota (yo mismo acabo de
hacerlo) en realidad eran dos elementos diferenciados. El rollo era una columna
de piedra, casi siempre circular y rematada por una cruz, colocado en un lugar
bien visible del lugar, con preferencia en la Plaza Mayor e incluso en
situación próxima a la casa consistorial, con una finalidad claramente simbólica,
una demostración de orgullo con el que se proclamaba a todo el mundo que allí
existía una villa capaz de ejercer la plena jurisdicción administrativa y
judicial. Por tanto, el rollo se erigía cuando el lugar en cuestión asumía esas
competencias. Parece cierto que, en la conquista de América, cuando se fundaba
una ciudad nueva lo primero que se hacía era erigir el rollo como demostración
fehaciente de que allí surgía una comunidad regida por las leyes. En cambio, la
picota sí era el poste en el que se aplicaban los castigos corporales impuestos
a los delincuentes, para que todo el mundo pudiese verlos y, se suponía,
produjera el necesario temor para impedir la comisión de acciones similares.
Probablemente en muchos lugares un mismo elemento pétreo se utilizó para
cumplir ambos fines y de ahí la confusión con que se mezclan los dos conceptos.
Esa diferenciación queda patente en
la forma que adoptaba uno u otra. La picota es una columna simple, sin
ornamentación, mientras que el rollo sí la admitía, dando lugar en algunos
casos a auténticas obras de arte, como aún podemos admirar en muchos pueblos de
la vieja Castilla. No es este el caso de Cuenca donde, según mis cuentas (y si
estoy equivocado, espero la oportuna corrección) sobreviven sólo cinco
ejemplares y aún debemos dar gracias al destino, porque alguno de ellos se ha
salvado por pura intervención casual de alguna mano cuidadosa que evitó a
tiempo el desastre a que iba a ser condenado por los motivos de siempre: la
incultura, el descuido y el desprecio por todo aquello que tiene un valor
histórico y, en este caso, también ornamental.
Cuatro de ellos están en el antiguo
marquesado de Villena: Motilla del Palancar, Villaanueva de la Jara, El Peral y
Rubielos Bajos, por lo que está clarísimo en qué momento levantaron sus
respectivos rollos, cuando en distintos momentos del siglo XVI se libraron de
la servidumbre señorial y alcanzaron la condición de villas exentas. El otro
está muy lejos de aquella comarca; se encuentra en La Ventosa y responde a una
explicación similar, solo que aquí quien ejercía el poder era el conde de La
Ventosa. Este rollo (se puede ver en la foto) es el más voluminoso de todos,
con una presencia verdaderamente espectacular, tanto en altura como en
circunferencia y se encuentra en su posición correcta, en el centro de la
plaza, delante del Ayuntamiento. También el de Rubielos Bajos está en la plaza,
pero es mucho más pequeño y envuelto por la hojarasca de un jardincillo, como
ocurre en El Peral, donde ha sido trasladado a las afueras del pueblo, al borde
de la carretera. El de Motilla estuvo arrinconado en los almacenes municipales
y gracias a un golpe de fortuna fue recuperado y colocado en un parque público.
Probablemente el más vistoso es el Villanueva de la Jara, también situado en un
punto fuera del casco urbano, pero es una excelente muestra del gótico
isabelino, una delicada pieza de
orfebrería escultórica.
Cinco rollos sobreviven de las
docenas que debieron existir. Quisiera creer que el tiempo nos ha enseñado
algo, entre otras cosas a frenar la insaciable afición destructora que se ha
llevado por delante tantos elementos de nuestro patrimonio.
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