19 06 2016 OTRA VEZ, EL TRAJÍN DE CARRETERÍA
Otra vez, el trajín de Carretería
Contemplo la imagen de Carretería.
El clima ya ha serenado sus rigores y las gentes aprovechan la bonanza de la
temperatura para pasear libremente, de un lado para otro, con la tranquilidad
que da saber que no vendrá ningún coche a perturbar el paseo, sí alguna
bicicleta que otra, insensible a la señal prohibitiva situada al principio y al
final (por algún motivo extraño e incomprensible, los ciclistas y los
motoristas consideran que las señales de tráfico no son para ellos). Las
terrazas están casi totalmente ocupadas, para alegría de los siempre quejosos
propietarios de los bares. También se quejan quienes tienen otros
establecimientos comerciales, en espera de que el próximo retoque a la
estructura urbana de la calle venga a activar sus recaudaciones diarias. Aquí y
allá se mueve la actividad de obreros que trabajan a toda prisa para renovar
escaparates y mobiliarios; no hace ni dos días que cerró una firma y ya hay
otra dispuesta a sucederla. ¿Será una franquicia, un chino, un atrevido
comerciante local? Lo veremos en seguida. Tantos y tan presurosos son los
cambios que ya es difícil aprenderse de memoria qué hay en cada metro cuadrado.
En el centro, las vallas protectoras bordean la esquina del
que fue encantador edificio donde estuvo la relojería Monjas. Los desconchones,
las ventanas rotas, los comercios cerrados, la depauperada decoración proclaman
a los cuatro vientos el descuido que ha llevado a esta situación. Los transeúntes
pasan despreocupadamente por debajo; nadie piensa que el edificio se puede
hundir en cualquier momento. En realidad, nadie piensa nunca nada. Por eso las
crónicas periodísticas, siempre, cuando sucede una calamidad, muestran la
sorpresa colectiva. Eso sí, después de cada desastre, la autoridad competente
abre una investigación. Lo dicen muy serios, en rueda de prensa: “He ordenado
que se abra una investigación”. Nunca se sabe que tal investigación haya sido
cerrada ni qué ha pasado con ella, pero lo imaginamos: unos cuantos papeles
cuidadosamente archivados en un legajo, por si alguna vez, en el futuro, un
investigador se los encuentra y le sirven de materia para elaborar un bonito
artículo sobre cómo funcionaba el mundo en el pasado, que es nuestro presente.
Hay una profunda tranquilidad en el ambiente. La calle, en
general, es siempre un ámbito de convivencia ciudadana, de encuentro, tertulia,
comercio, trajín. Por la calle se pasa, se va o viene, pero en Carretería,
además, se está. Hay en ella un cierto tono melancólico, decadente quizá, como
si desde debajo de su pavimento pudieran transpirar los aromas y sensaciones
acumulados desde que en el siglo XIX tomó su forma definitiva, que la
transformó en el eje urbano principal, la auténtica Calle Mayor, abandonando su
utilidad como polvoriento camino de carros, carretas y trajinantes, que la
convertían en un barrizal tan pronto como caían dos gotas. Desde las riberas de
la tranquila calle aún media docena de edificios con solera contemplan el
desparrame generalizado de las terrazas; los demás son modernos, sin estilo,
cada uno de su padre y de su madre (o del arquitecto que lo pensó),
desarmonizando la que fue amable fachada decimonónica, sin pretensiones ni
ínfulas nobiliarias.
La historia de Carretería es la de un constante hacer y
deshacer. Si la hubieran dejado en paz, ahora tendría tanta solera como
cualquier otra calle similar, en cualquier ciudad española, pero no han
querido. Durante generaciones, las obras en Carretería alimentaron chanzas
populares y artículos periodísticos. Cambiaron el pavimento, trajeron y
eliminaron farolas, quitaron las “viejas acacias lacias” que versificó Julián
Velasco de Toledo. Ahora van otra vez a por ella; el escepticismo, convertido
ya en la seña de identidad de la ciudadanía conquense, espera el nuevo vaivén a
que van a someterla. Cierto que lo existente actualmente es un penoso
espectáculo enmaderado, pero no hay ninguna garantía cierta de que el próximo
paso mejore nada y eso es lo más triste, la absoluta falta de seguridad en que
alguien sepa realmente qué se debe hacer. Asistiremos, pues, al nuevo
espectáculo laboral, situación propicia para que los mirones puedan satisfacer
el inconmovible espíritu crítico que acompaña siempre a los espectadores de
cualquier tejemaneje urbanístico. A ver qué sale del nuevo invento municipal.
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