17 07 2016 LA DECADENTE IMAGEN DE LA CASA DE LA MOTA
La decadente imagen de la Casa de la Mota
Casi en el
punto exacto en que comienza el casco urbano de Cuenca, como dando a los
visitantes que nos llegan desde levante, el sureste y tierras aragonesas una
triste y desconsolada bienvenida, un noble y en tiempos elegante caserón, de
estructura clásica y ordenada arquitectura ofrece a las miradas (rápidas, eso
sí: los coches siempre tienen prisa) la imagen de su ya imparable decadencia
que, salvo milagro inesperado, lo conducirá de manera inevitable a su
desaparición. Cada día hay en él un desconchón más en sus fachadas, otra teja
caída a tierra, una ventana agujereada en sus cristales, con los matojos
avanzando incontenibles hacia los muros marchitos. La Casa de la Mota parece
condenada al desastre causado por el tiempo y el abandono, al que asistimos
impotentes los ciudadanos, viendo cómo se desmorona una pieza importante del
patrimonio edificado conquense, sin que en lugar alguno, privado o público,
surja el remedio necesario, encomendado a un presunto comprador que nunca
aparece.
El. lugar
de la Mota se encuentra vinculado al obispado de Cuenca desde la Edad Media,
como tierra de labor en la que existían varias edificaciones para alojamiento
de los renteros. El inmueble actual, obra posible del arquitecto Mateo López,
tenía en su fachada de poniente un escudo que desapareció en 1998 y que
reproducía el blasón del obispo Felipe Antonio Solano, impulsor de la
construcción que todavía podemos ver. No es baladí tampoco decir que en sus proximidades se encuentra la fuente del Obispo
o de la Mota, un delicioso rinconcillo en el que, con sencillez suma, queda
patente el artificio de los romanos para elaborar este tipo de instalaciones
hidráulicas.
El mismo Mateo López ya citado, que además de eficacísimo arquitecto
fue un singular cronista de las cosas de Cuenca, nos ha dejado algunas notas
sobre los avatares de este lugar, como el acuerdo de 1309 en que el obispo don
Pascual lo donó a sus
moradores, "con la condición de que
a él y a sus sucesores pagasen la cuarta parte y los diezmos de todo lo que
cogiesen, y cada una de las tres Pascuas le hayan de pagar cada un vecino un
almud de trigo y una gallina", eficaz manera de mantener activo el
predio y, de paso, conseguir sabrosas viandas para la cocina episcopal.
La situación cambió
durante el proceso de desamortización del siglo XIX, que llevó consigo la
privatización del paraje, casa incluida. En el anuncio de la subasta, en 1844,
se explica que el lugar se compone de 1193 almudes en 194 pedazos de tierra
labor, una huerta cercada de 9 almudes de sembradura, una casa palacio con
varias habitaciones, dos casas que habitan los colonos, dos pajares y un
palomar. De esa manera la Casa de la Mota pasó a manos privadas y en ellas ha
seguido hasta hoy. Sus actuales
propietarios conocerán de sobra cuáles son los problemas que les impiden
mantener el edificio en uso y en razonables condiciones de supervivencia.
Quienes no compartimos esas preocupaciones, puesto que no somos más que
observadores de la realidad, asistimos impotentes y entristecidos a la
progresiva decadencia de ese edificio.
Hubo, probablemente, un
tiempo quizá no muy lejano en que fue posible inventar algún remedio salvador.
Pienso en la extraordinaria utilización que esa casa-palacio de estructura
popular hubiera podido tener como alojamiento rural, como restaurante, como
espacio de ocio apenas a diez minutos de Cuenca, a semejanza de otros muchos
casos similares que han surgido en los más inesperados lugares, donde se
mantienen con solvencia. No se hizo en aquel momento propicio y ahora puede que
ya sea tarde, teniendo en cuenta que el nivel de deterioro exigiría, sin duda,
una muy fuerte inversión. Y en este mundo traidor ya sabemos que Don Dinero
tiene siempre la última palabra.
Tampoco los poderes
públicos han estado muy activos en este asunto porque, que yo sepa, nunca ha
habido una iniciativa para intervenir en alguna forma para salvar la Casa de la
Mota que, con respeto absoluto a sus propietarios, es también un bien
colectivo, pues forma parte del patrimonio edificado de esta ciudad. Un trozo
de nuestra historia se desmorona a ojos vista. Nosotros aún podemos contemplar
su ruinoso aspecto, la amarga sombra de lo que fue. Generaciones futuras ni
siquiera podrán disfrutar de esta visión. Salvo que, como ya he dicho, un
milagro venga a dar inesperada solución.
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