16 09 2017 EL GRAN ESPECTÁCULO, DESDE LAS ALTURAS
El gran espectáculo, desde las
alturas
Uno de los beneficios, sociales y
culturales, obtenidos gracias a la exposición del chino Ai Weiwei (denostada
por unos con tanta fuerza como valorada por otros) que ocupó buena parte del
verano pasado fue el de facilitar a un considerable número de personas el
descubrimiento de la catedral de Cuenca y eso, incluye, hasta donde yo se y
pude experimentar, a muchos, muchísimos conquenses que nunca, o en pocas
ocasiones, habían pasado más allá de la puerta principal y cuando lo hicieron
fue en buena medida por algún motivo ajeno, sin fijar la mirada en el lugar en
que habían entrado. Los señalo con el dedo porque oí sus comentarios de
sorpresa al descubrir que más allá de esa fachada extraña, indefinible,
inconclusa, se encierra una maravilla llena de belleza y tesoros artísticos. Y
ahora, también, de luminosidad. Cosa que también conviene decir porque,
afortunadamente, han quedado muy atrás aquellos años en que entrar en la
catedral de Cuenca era sumergirse en un ambiente sombrío, siempre en penumbra,
con las capillas pertinazmente cerradas a cal y canto y un permanente ambiente
gélido, de esos que realmente hielan el alma, como suelen escribir en ocasiones
los literatos.
La exposición de Ai Weiwei fue
acompañada, como recordaremos, de algunos complementos llamados a potenciar las
miradas sobre la catedral. Uno, los espectáculos luminosos desde el exterior.
Otro, seguramente el más llamativo, el tinglado que se instaló para permitir el
acceso a la parte superior y contemplar desde él la profunda grandeza de las
naves, especialmente la central y la cercanía del triforio, además de las
bóvedas. Dejando aparte los cálculos, siempre artificiosos, sobre el número de
personas que visitaron aquella exposición, seguramente se puede afirmar que
todas ellas subieron a aquel ingenioso artefacto y disfrutaron del solemne a la
vez que impresionante mirador abierto sobre el templo. La experiencia fue tan
agradecida que de inmediato surgieron las propuestas para que tan excelente
idea pudiera prolongarse en el tiempo, más allá de la limitada vigencia de la
exposición. Curiosamente, en este caso se ha producido una excepción, porque
estamos acostumbrados a que tales peticiones pasen al olvido tan pronto se
desvanece el entusiasmo inicial pero no ha sido así. El mecanismo elevador se
ha vuelto a instalar, con otras características pero igual resultado, con el
añadido de que ahora, además, es posible asomarse al exterior y contemplar el
magnífico panorama de la Plaza Mayor, una experiencia que yo recuerdo, con
asombro, de hace muchos años, cuando acompañé a esas alturas (y pasé el
conveniente miedo que desde allí se podía percibir) acompañando a Carlos
Albendea en la realización de uno de aquellos magníficos reportajes que hacía
el excelente fotógrafo.
Ahora ya no infunde temor ese
experimental viaje a las alturas de la catedral, debidamente protegidos los
miradores, pero esto, naturalmente, es algo anecdótico. Lo que importa es la
esencia de las cosas, la posibilidad de que este sencillo pretexto favorezca
que las gentes de Cuenca (las de fuera también, pero importan más las de aquí)
caigan en la cuenta y valoren debidamente qué singular tesoro tienen al alcance
de la mano y de la vista. Y que no se limiten, claro, a vivir la experiencia de
subir a las alturas sino que aprendan a pasear por las naves, detenerse ante
las capillas, mirar los detalles innumerables que jalonan un paseo siempre
novedoso, captar lo que de verdad hay entre esos muros más allá de ensoñaciones
legendarias que nada aportan y, sobre todo, a tomar conciencia de que tal
cúmulo de belleza nos pertenece, colectivamente,
Cuando se produjo el desdichado
hundimiento de la torre de campanas, se multiplicaron los comentarios, incluidos
los gubernamentales, sobre la hasta entonces desconocida catedral de Cuenca.
Aquello se ha ido superando gracias a ese fenómeno universal que es el turismo
pero queda, a mi entender, una asignatura pendiente y esa afecta al conjunto de
la ciudadanía conquense, en la que aún quedan muchos ignorantes. Aprovechen la
oportunidad de subir a las alturas y empiecen a conocer y querer esta maravilla
que ennoblece la Plaza Mayor de Cuenca.
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