16 04 2017 LA BALCONADA DE BETETA
La balconada de Beteta
A pesar de todos los pesares (luego
comentaré alguno), la Plaza Mayor de Beteta sigue siendo una de las más
interesantes entre las pocas que conservan ese carácter en el conjunto de la
provincia y más específicamente en la Serranía. Aunque es ya un tópico
recurrente en quienes escribimos sobre estas cuestiones, lo cierto es que en
muy poco tiempo, apenas una veintena de años, se ha producido un muy serio
quebranto en las características básicas que se supone corresponden a una plaza
mayor, considerada por lo general como un ámbito de convivencia social para las
gentes del pueblo y también el punto de cita para los visitantes, espacio en el
que casi siempre confluyen los elementos esenciales de la actividad colectiva:
ayuntamiento, iglesia, algún otro servicio público, quizá una o varias grandes
casonas de familias emblemáticas, y por supuesto, el bar, el lugar al que se
acude no solo para beber sino también para mantener una actividad compartida.
Beteta ha sido
tradicionalmente uno de los lugares emblemáticos del urbanismo propio de la
Serranía de Cuenca, condición que sigue manteniendo pese a los desafueros
cometidos en épocas modernas por ese inmoderado afán de renovarlo todo, venga o
no a cuento y sea o no necesario. Como es siempre recomendable en estos
lugares, el paseo por las calles es el mejor ejercicio para admirar la esencia
constructiva y el carácter popular de la villa, con agradables rincones
envueltos por un sosegado ambiente en el que es posible encontrar espacios muy
apacibles, bajo la sombra, que antaño fue protectora y hoy es solo una ruina
con valor estético, del histórico castillo levantado en lo alto de un enorme
peñasco para proteger el paso por el río Guadiela y controlar debidamente la
amplitud del valle.
Como corresponde a un
enclave serrano, la construcción urbana se adapta a la topografía del terreno y
en él encontraron un espacio suficiente para diseñar la Plaza Mayor, en la que
abrieron, en uno de sus costados, un amplio balcón en forma de espléndido
mirador sobre ese mismo valle que acabo de mencionar, que era bellísimo, naturaleza en estado puro, hasta que
colocaron en medio, bien visible, una planta embotelladora de agua, utilísima
sin duda, pero que emborrona el paisaje. Eso sí, ha traído trabajo y dinero a
la zona, y ante tan explícitos argumentos cuestiones como la belleza o el
paisaje pasan a segundo plano y se convierten en cuestiones insignificantes.
Delante del mirador, un monolito recuerda la figura de Juan Bautista Martínez
del Mazo, el pintor de cámara del rey, ayudante y yerno de Velázquez, a quien
se atribuye haber nacido por aquí.
Desviamos la mirada para
volverla sobre la Plaza Mayor, de trazado geométricamente regular, renovada en
su pavimento y delimitada por una solitaria calle que cruza el pueblo de parte
a parte y que deja, a su lado, la llamativa balconada de madera que ha sido
siempre una seña de identidad de Beteta. En la plaza forman ángulo dos nobles a
la vez que severos edificios, marcados por la construcción en piedra, como
corresponde a la esencia del lugar. Uno es el Ayuntamiento, sencillo pero
encantador, con su reloj que marca las horas y rematado por un doble campanil,
cosa infrecuente en las casas municipales. El otro se identifica fácilmente por
la leyenda que campea en su parte superior: “Se construyó este edificio para
Escuelas a expensas del S.C.R. D. Pedro Pascual Rodríguez, año de 1884” . Dichosa
edad y tiempos dichosos aquellos en que se construían tales edificios para
escuelas y había filántropos capaces de financiarlos.
Pero lo más vistoso de
la Plaza Mayor de Beteta (y de todo el pueblo) es la fila de edificaciones,
tres en total, que conserva una cierta uniformidad en la que destaca la
balconada de madera que las unifica a todas, salvo la excepción clamorosa (y
este es uno de los pesares) de la última de ellas, que ha sustituido los pies
derechos por otros de vulgar mampostería, desajuste visual que se compensa con
la primera, la de más ortodoxa conservación, que incluye el mantenimiento del
magnífico tejado. Lástima (y este es otro de los pesares) que la servidumbre al
coche que sufren todos los Ayuntamientos impida al de Beteta hacer una cosa tan
sencilla como prohibir el aparcamiento en la Plaza (habiendo, como hay, tanto
sitio en otros puntos del pueblo), y eso impide el fastuoso espectáculo de
poder contemplar de manera diáfana esta bonita imagen que lo sería más sin
coches delante estorbando.
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