12 06 2018 LA PLAZA MAYOR, UN ESPACIO EMBLEMÁTICO
La Plaza Mayor, un espacio emblemático
Todo lugar que se precie tiene una
Plaza Mayor. Más aún, todo pueblo necesita que exista un espacio, naturalmente
céntrico, que sea y ejerza las funciones de plaza mayor, a la que todo en la
vida ciudadana debe hacer referencia cotidiana. He dicho céntrico y con eso no
quiero asegurar que sea, necesariamente, el geométrico punto central del casco
urbano, aunque posiblemente lo fuera en su momento original; caben también las
plazas mayores ligeramente desviadas, bien por necesidad en el momento de
definirla o porque la edificación luego, a lo largo de los siglos, ha ido
evolucionando en otras direcciones. Lo que importa de una Plaza Mayor es su
sentido último como núcleo básico en que se apoya toda la estructura social y
administrativa (en muchos casos, también religiosa) de ese lugar al que me
estoy refiriendo en abstracto, sea ciudad o pueblo, e incluso aldea.
Algunos teóricos de cuestiones
urbanísticas quieren encontrar una remota referencia en el concepto de foro o
ágora heredado de la cultura clásica greco-latina pero basta con profundizar un
poco en los matices de ambas entidades para comprender pronto que no existe una
relación directa entre ellas. De hecho la plaza urbana es una aportación que
surge en la Edad Media europea y que no tiene relación ni paralelismo con otras
realidades culturales; pensemos, por ejemplo, en el mundo islámico, o en el oriental
que organizan sus actividades sociales a través de otras formaciones
urbanísticas, pero no conceden valor a una plaza en el sentido que alcanzaría
en occidente, donde hay ejemplos verdaderamente muy notables.
Dentro de ese ámbito, el nuestro, el
de la vapuleada y siempre confusa Europa, hubo un espacio geográfico concreto,
llamado España, en el que la plaza mayor alcanzó una personalidad propia muy
definida por algunos matices que contribuyeron a fijar determinadas
características: un espacio rectangular, casi siempre porticado, con el
Ayuntamiento en un punto visible y destacado, rodeado de viviendas familiares
con amplias balconadas hacia la plaza, donde se desarrollaban los mercados
semanales, las fiestas populares, los actos cívicos, las proclamaciones de
bandos municipales o decisiones reales.
Dicen los entendidos en estas
cuestiones que el primer ejemplo conocido es el de la Plaza Mayor de
Valladolid, trazada por Francisco de Salamanca en los años 1561 y 1562, pero
los casos emblemáticos son, desde luego, las de Salamanca y Madrid. En otros
sitios han sido menos cuidadosos, de manera que en el recorrido por la
provincia de Cuenca pueden encontrarse muy pocas Plazas Mayores que puedan
figuran en un catálogo antológico. De todas ellas, la más desgraciada es la de
la propia capital provincial, sobre la que, a su difícil trazado inicial,
vienen cayendo todas las calamidades imaginables hasta convertirla en el
esperpento que hoy es, sin que sepamos si es realmente una plaza, una calle o
un aparcamiento de coches. Lástima: si se la hubieran encargado al conquense
Juan Gómez de Mora, artífice de la Plaza Mayor de Madrid, a lo mejor hubiera
encontrado una solución razonable.
En otros sitios han tenido más suerte (o han sido más
cuidadosos) y aunque en la mayoría de los casos han desaparecido los soportales
y en casi todos el poderoso señor de nuestro tiempo, el automóvil, se ha
apoderado de todo el espacio posible, aún puede la vista enriquecer sus
impresiones contemplando algún amable espectáculo, como el de Villanueva de la
Jara, sin duda la mejor de todas, con su regular trazado enriquecido con tan
valiosos elementos arquitectónicos como son el Ayuntamiento, el Pósito, la
torre del reloj que hace ángulo entre ellos, el arco de acceso al interior de
la población, la muy atractiva Posada Masó o la original y bellísima Villa
Enriqueta. Un placer, siempre, estar en la Plaza Mayor de Villanueva de la
Jara. Y una envidia, porque deberíamos tener más como ellas pero la desidia de
varias generaciones de gentes despreocupadas lo impiden.
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