11 12 2016 VIVENCIAS EN EL INTERIOR
Vivencias en el interior
Era yo un joven periodista que daba
los primeros pasos en el oficio, cuando me encargaron una especie de informe
sobre la aceptación o rechazo que pudiera producir en diversos sectores la
celebración de días festivos entre semana. Naturalmente, cada cual cuenta la
feria según le va, de manera que los empresarios se mostraron muy quejosos por
esa interrupción en la actividad laboral, negativa para sus intereses, decían,
mientras que los trabajadores estaban ciertamente encantados ante el disfrute
de un descanso excepcional. Ha pasado el tiempo (mucho tiempo: no hace falta
decir cuánto) y aquel viejísimo tema reaparece periódicamente, con similares
planteamientos aunque, por lo que me parece leer entre líneas, con muy escaso
convencimiento de parte de los interesados, que recurren a los tópicos ya
sabidos por aquello de mantener las posiciones y dando por supuesto que nada de
lo que digan va a servir para alterar situaciones bien consolidadas.
Personalmente pienso que nadie se
cree que poner un día de fiesta en medio de la semana provoque ninguna crisis
económica de considerables dimensiones, como pretendieron hacernos creer en el
pasado y aún hoy alguien repite, seguramente porque se aprendió así la lección
y no sabe cómo decir otra cosa. Las grandes industrias trabajan 24 horas siete
días a la semana y les da exactamente igual que sea fiesta oficial, porque
todas las jornadas son laborables. Tres cuartos de lo mismo sucede con las
grandes superficies y comercios vinculados, por no hablar del desbarajuste
introducido por bazares chinos y fruterías musulmanas, que hacen de su capa un
sayo en cuanto a horarios, con general complacencia de los consumidores y el
colectivo brindis al sol de las administraciones públicas, siempre dispuestas a
mirar hacia otro lado. Si a eso añadimos el considerable número de personas
que, en múltiples sectores, tiene que trabajar de cualquier forma los días
festivos, llegaremos a la conclusión de que los beneficiados con estos puentes
forman un número reducido dentro del cómputo general de la población. Todo
ello, como es natural, sin tener en cuenta para nada los colectivos de
majaderos que en distintos puntos del país buscan la forma de salir en los
medios decidiendo por su cuenta hacer como que trabajan abriendo las oficinas.
Así, pienso, el número de los
beneficiados por puentes vacaciones es reducido, pero importantísimo, porque
generan un amplio movimiento económico, algo de singular valor en un país que
ha hecho del turismo su principal industria, que si moviliza anualmente a
millones de extranjeros mueve también a otros tantos millones que en el
interior del país van incansablemente de acá para allá. De manera que quienes
se lamentan plañideramente de un presunto daño a la economía nacional por
pérdida de jornadas laborales deberían al mismo tiempo alegrarse de los
beneficios que se producen a esa misma economía nacional gracias al
considerable número de personas que se lanzan alegremente a los caminos tan
pronto el calendario se cubre con puntos rojos.
Todo ello tiene especial valor para
las provincias del interior, las que no pueden ofrecer maravillosas playas de
fina arena bajo un sol achicharrante y que se ven directamente beneficiadas por
esta marejada de desplazamientos. De hecho, nos encontramos en el periodo
seguramente más fructífero para estos lugares, como tenemos ocasión de vivir y
ver en directo. Son los momentos idóneos para que tantos puntos de nuestra
geografía provincial, no solo la capital, ofrezcan la oportunidad maravillosa
de poder ser visitados, quizá descubiertos por primera vez, porque si algo
caracteriza a los viajeros es su capacidad para el descubrimiento, para la
sorpresa. Nos viene a la mente un rimero de nombres -Segóbriga, Uclés,
Belmonte, siempre en cabeza del repertorio- en el que se pueden relacionar
docenas de puntos atractivos, quizá no siempre bien conocidos o difundidos pero
con capacidad suficiente para poder ofrecer una sugerencia que anime a detener
allí los pasos y hacer una visita. Sabemos de sobra que, salvo excepciones, es
un turismo de no largas estancias, pero con sus limitaciones de tiempo es claro
que genera actividad, economía y, desde luego, por encima de todo,
conocimiento, quizá lo que más falta hace en estas tierras del interior que
parecen encaminadas hacia un aislamiento definitivo, al margen de las grandes
cuestiones de la economía nacional.
Para esos lugares, para nosotros
todos, habitantes de ese interior peninsular, bien venidos sean los puentes
festivos que animas estos fríos días otoñales.
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