11 03 2017 UN INCONTENIBLE REGUERO DE AGUA
Un incontenible reguero de agua
Ha vuelto estos días a ocupar un
cierto protagonismo el asunto del trasvase del Tajo al Segura, con la habitual
y socorrida palinodia que se repite una y otra vez cada vez que el gobierno de
la nación acuerda aprobar un nuevo aporte de agua desde la cabecera hasta su
destino final, utilizando para la ejecución de esta sistemática fechoría esa
figura interpuesta y absolutamente ficticia que es la denominada comisión
reguladora, cuyo papel es de manera exclusiva el de aceptar las órdenes que le
llegan desde la Moncloa, pues no se ha conocido jamás que en momento alguno se
haya atrevido a desobedecer u opinar de manera diferente a lo que se le indica.
En este caso, es posible hablar del gobierno en general, en abstracto, sin que
tal cosa tenga ningún matiz peyorativo o partidista. Da lo mismo que gobiernen
unos o que lo hagan otros: el resultado es idéntico.
Como es idéntico, matices aparte, el
alboroto que se organiza cada vez y la indignación que cruza de manera airada
campos y despachos para proclamar a los cuatro vientos la palmaria injusticia
que se comete con una parte de España, utilizada como víctima propiciatoria
para satisfacer las ambiciones desmesuradas de otra. No quiero ni pensar en lo
que pudo ocurrir si el origen del trasvase hubiera estado en otro sitio, en
Cataluña, por ejemplo. Hace años ya que habrían proclamado la independencia sin
necesidad de esperar otros agravios.
Naturalmente, por aquí, por muy
grande que sea la indignación, no se llega a esos extremos. Apenas unas cuantas
declaraciones, siempre iguales, quizá algún acuerdo municipal, es posible una
pintada en cualquiera de las tapias situadas en las afueras de los pueblos y,
si acaso, algún recurso a los tribunales, procedimiento que da lo mismo porque
el resultado no mueve ni un ápice la situación real establecida. Hubo un tiempo
en que cierto político un poco jaranero quiso organizar una excursión con sus
colegas murcianos para traerlos a ver con sus propios ojos la situación de los
embalses de Entrepeñas y Buendía, con la superficie de las aguas a ras de
tierra, pero creo que no lo consiguió, ni con la promesa de obsequiarles con
una opípara comida.
Ellos no quieren verlo, pero
nosotros sí lo hacemos. Cualquier viaje a través de la Alcarria conquense,
atravesando esos campos áridos, sedientos, en los que se distribuyen pequeños
pueblos cada vez más diminutos, menos poblados, con las mismas necesidades de
agua que tenían hace ya cincuenta años,
produce una amarga sensación en el alma, que se acrecienta al alcanzar la
ribera un diminuto Guadiela caminando cansinamente hacia la presa que fue
diseñada para contener sus presuntas abundantes aguas y dar lugar a lo que se
anunció como un auténtico mar interior, llamado a ser un dinámico foco de
atracción turística. Somos muchos los que vimos nacer ese sueño, con barcos
flotando alegremente en el embalse, con hostales y restaurantes en la ribera,
con personas disfrutando el baño y el ocio. Todo ello pasó a la historia y en
su lugar llegó la sequedad, el vacío de la cuba del embalse, la espectacular
disminución del caudal del Tajo y de su afluente.
Esto, desde luego, son ganas de
hablar por no callar pero es lo que, al menos, hay que seguir haciendo,
mientras de manera incontenible el agua que no existe sigue atravesando las
tierras de nuestra provincia para llevar abundancia y riqueza al insaciable
sureste español. Cincuenta años se van a cumplir pronto de aquel atropello que
fue presentado como una iniciativa muy beneficiosa para todos, los de aquí y
los de allí; aquello, entonces, se interpretó como una de las habituales
falacias con que la dictadura adornaba iniciativas de ese tipo, pero luego
llegó la democracia y las cosas no han cambiado, en absoluto. Ver cómo el
acueducto transporta agua de manera constante, incansable en sus propósitos, resulta
verdaderamente desconsolador. Agua que no han de beber, déjala correr, asentó
el habla popular en uno de sus sabios dichos; ni se bebe aquí, ni se utiliza
para riego, ni sirve para crear emporios turísticos, así que nos vemos
obligados a contemplar el espectáculo cotidiano de dejarla pasar, seguir su
camino, para ir a producir riqueza donde, desde luego, sí saben aprovecharla
bien.
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