09 10 2016 EL OTOÑO SE VISTE CON CHOPOS AMARILLOS
El otoño se viste con chopos amarillos
Durante
mucho tiempo, mi amigo Melchor, que conocía sobradamente Cuenca y era un
apasionado de la fotografía, cuando se buscaban imágenes con maravillosas
cámaras analógicas que luego se trasladaban al papel, llamaba siempre, cada
año, al acercarse las fechas otoñales, para que yo le fuera informando sobre la
evolución cromática de los chopos de ribera, dándole cuenta de por dónde iba el
tradicional amarilleo de sus hojas. Eso ocurría siempre a mediados de
septiembre y mi amigo, que era de profesión maestro de Primaria, quería el dato
para planificar su viaje a Cuenca sin estorbar la actividad laboral que, como
sabemos, es preciso ejercer diariamente. La rutina se prolongó durante bastante
tiempo, hasta que mi amigo consideró que ya había acumulado tantos cientos de
fotografías en tantos rincones ribereños, que no era preciso seguir insistiendo
y así pusimos fin a ese periódico encuentro anual.
He
escrito -ya lo han visto quienes estén leyendo estas líneas- septiembre que es
cuando, cumpliendo con una biológica obligación ancestral, los chopos de Cuenca
se cubrían de amarillo para, a continuación, tras unos días, quizá un par de
semanas, de vestir lujuriosamente el paisaje, quedarse desnudos como nacieron,
ofreciendo a la mirada humana el dolorido escenario de ramas desprovistas de
cualquier cobertura. Aquel era el punto de partida, el que recuerdo y que de
manera insensible se fue prolongando de manera progresiva, hasta que un año
cualquiera descubrimos, con sorpresa, que la explosión cromática había llegado
hasta el día del Pilar, ese mismo que ahora tenemos ya en vísperas, sin que la
habitual cita con la explosión colorista otoñal haya hecho todavía acto de
presencia en la capital. Es preciso adentrarse en territorios serranos de mayor
altitud para encontrar ya las primeras señales de que, en efecto, el tiempo ha
llegado y no habrá excepción, tampoco este año (y seguramente nunca) al natural
desarrollo de las cosas. El otoño botánico llegará, desde luego, con notable
retraso sobre el cronológico, para confirmar lo que a estas alturas todos
sabemos, aunque quede por ahí algún reticente empeñado en negarlo, o sea, que
existe un cambio climático sobre cuyo desarrollo podemos especular, como con
todo lo que tiene una perspectiva futura, imposible de predecir por más empeño
que pongamos en ello.
El
chopo (populus nigra) es -leo en una
definición enciclopédica- un árbol alto, esbelto, corpulento, que puede llegar
a los 30 metros de altura, tronco grueso de corteza parda, ramas robustas que
forman una gran copa piramidal y, aquí viene la clave, hojas caducas, de color
verde brillante que al llegar el otoño toman unos variados tonos ocres hasta
llegar al amarillo. En esas estamos ahora, esperando la aparición espectacular
del momento cromático tantas veces experimentado y, sin embargo, siempre
sorprendente, como todo lo nuevo, sensación que compartimos ampliamente la
generalidad de habitantes de esta tierra, como si no supiéramos o no hubiéramos
visto lo que está a punto de llegar, como si cada vez fuera algo nuevo,
diferente, esta sencilla evolución vegetal.
No
cometeré aquí la osadía de competir, ni de lejos, con la abundante legión de
escritores, singularmente poetas, que han llevado al papel maravillosos textos,
donde el adjetivo (el difícil y arriesgado adjetivo) entra a saco para señorear
prosas y versos. Ciertamente, no va por ahí mi estilo, más bien prosaico y algo
seco, pero esa limitación no me impide, desde luego, considerar los méritos, la
belleza, la elegancia, la serenidad, el porte, tantos elementos confluentes en
ese árbol de apariencia tan delicada y presunta inutilidad material, cuyo único
objetivo en esta vida parece ser el de formar hileras bien ordenadas en las
márgenes de los ríos y vestir, con su cambiante hojarasca, el horizonte. Porque
un chopo solitario, sobre todo si está fuera de ese ámbito natural, es como
todo sujeto rebelde, un incomprendido, alguien fuera de la norma. Los chopos
son lo que son cuando están bien alineados y el suave tremolar de sus hojas
acompaña con un suave rumor su serena presencia. Hemos llegado a ese tiempo
amable en que los chopos de nuestros ríos van a vestir el paisaje. Tarde, porque
así lo decide el cambio climático, pero siempre a su debido tiempo. Me cuesta
trabajo creer que esta maravilla otoñal pueda desaparecer algún día.
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