04 03 2017 LAVADO DE CARA EN EL EDIFICIO MUNICIPAL
Lavado de cara en el edificio
municipal
En el benemérito repaso que desde el
Consorcio de la Ciudad de Cuenca se está dando al patrimonio edificado va a
tocarle el turno ahora al que es, desde luego, un elemento emblemático, por su
significado social y representativo, por la hondura de los valores que
representa pero también por la singularidad de su estructura, que se refleja en
la originalidad de su apariencia exterior. Otra cosa es lo que ocurre por
dentro, pero me temo que ahí no hay capacidad suficiente para intervenir y
reordenar el caos que se ha ido desarrollando y multiplicando en las últimas
décadas.
Hablo, naturalmente, del edificio
consistorial, del Ayuntamiento de la capital provincial, surgido en el fecundo
tiempo del buen rey Carlos III, que no fue solo, como suele decirse acudiendo
al tópico, el gran arquitecto de Madrid, sino también de media España, a la que
quiso transformar y en buena medida lo consiguió.
No hay noticias precisas sobre dónde
pudo estar antes de esa fecha la sede municipal, aparte algunas referencias
indirectas, incluida la fantasiosa de querer ubicarla en las Casas Colgadas,
que a efectos turísticos queda bien, como lo de poner en este inmueble una
utópica Casa del Rey u otra no menos imaginativa llamada Casa de la Sirena. Por
inventar, que no quede, si ayuda a vender imagen, aunque sea falsa. Dejando
esas historietas al margen, vayamos al grano que nos ocupa.
El edificio municipal
actual comenzó a construirse en 1760, según los planos diseñados treinta años
antes por Jaime Bort, quien no participó en las obras pues para entonces ya
había fallecido, asumiendo la ejecución del trabajo Lorenzo de Santa María. (A
Bort se debe también la ermita del Santo Rostro, en Honrubia, si bien su obra
más reconocida es la espectacular fachada de la catedral de Murcia). La definición
final la dio Mateo López, arquitecto municipal en el último cuarto del siglo
XVIII. Bort se había planteado resolver estéticamente un problema en verdad
delicado: cerrar con armonía y regularidad simétrica un espacio (la Plaza
Mayor) que, en sí mismo era asimétrico e irregular, tanto en el piso, en
pendiente, como en el diseño de un perímetro igualmente complicado, sin olvidar
que la anteplaza estaba entonces poblada de viviendas. Asumiendo esas
dificultades, Bort trazó un edificio concebido con la intención directa de
cerrar una plaza tan anómala e irregular en su configuración como es la de
Cuenca con un edificio que fuera a la vez auténtico mirador que pudiera servir
de contrapunto a la catedral, abriendo amplias balconadas y ventanas en la
fachada para ofrecer a los regidores la posibilidad de asistir desde un
privilegiado lugar a las fiestas y concentraciones populares habituales en la
época barroca.
Con
lo que no contaba Bort ni quienes le siguieron, incluidos los regidores de
antaño, hoy concejales, es con el extraordinario desarrollo burocrático que
habría de alcanzar la gestión municipal, entonces a cargo de apenas media
docena de personas y hoy de centenares que, naturalmente, no caben, dejaron de
caber hace ya mucho tiempo, con lo que no solo hubo que adquirir los edificios
colindantes sino levantar otro nuevo en la parte posterior (calle del Colmillo)
y distribuir incontables dependencias administrativas por toda la ciudad. Y así
está el Ayuntamiento de Cuenca, hasta que un alcalde animoso emprenda la
titánica tarea de levantar un nuevo edificio, amplio, moderno y funcional, que
agrupe todos los servicios y ahorre el considerable dispendio que ahora se está
realizando, dejando el edificio actual para la representación institucional que
le corresponde.
Un
edificio extraordinariamente singular, como ya he apuntado, y bellísimo, en el
que destaca la espectacular triple arcada que facilita la comunicación hacia la
Plaza Mayor, donde se sitúa la fachada principal, más compleja que la
posterior, típico ejemplo del barroco civil, con un poderoso escudo de España
sobre el balcón principal y un remate en el que se incorpora la leyenda alusiva
a la época de construcción y un mono coronado. En la parte
interior de los arcos cuelgan dos hermosos faroles de forja (hubo tres, pero el
del centro fue sacrificado para facilitar el paso de los autobuses), obra del
artesano Francisco Ruiz, que fue concejal del Ayuntamiento y que, imagino y
espero, serán respetados en esta obra de restauración que se va a llevar a cabo
para devolver al edificio su elegante prestancia.
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