04 02 2017 2OO AÑOS DE UNA IGLESIA MUNICIPAL
Doscientos años de una iglesia
municipal
No se si hay otros casos similares
en España (o en el mundo) pero me atrevo a asegurar que la ermita o iglesia de
San Antón o de la Virgen de la Luz, que de esas formas indistintas es llamada
(y antes aún fue conocida como de la Virgen del Canto y Virgen del Puente)
ofrece una situación jurídica verdaderamente excepcional, porque desde 1817 es
un edificio municipal, cedido a la Iglesia para su uso con fines religiosos,
con carácter parroquial desde mediados del siglo XX.
Ya he mencionado la fecha y, sin
duda, el lector atento adivina por dónde van a ir los siguientes argumentos de
este artículo. Vivimos tiempos en que se aprovecha cualquier asunto, venga o no
a cuento, para celebrar aniversarios, cincuentenarios, decenarios o lo que sea,
e incluso nuestras ilustres autoridades andan por ahí buscando pretextos para
seguir organizando macroexposiciones que puedan llenar de turistas las calles y
los bares de Cuenca. Con esa dedicación, no han caído en la cuenta de que
tienen ante los ojos un motivo de excepcional importancia, que debería ser
festejado colectivamente, sobre todo, con visitas masivas de la ciudadanía
conquense al bellísimo y singular templo en que reside de manera permanente la
patrona.
Las noticias iniciales en cuanto a
la vinculación municipal aparecen el año anterior, cuando en la sesión
municipal del 17 de agosto de 1816 los regidores acuerdan iniciar una
investigación sobre el estado del edificio, sin protección desde que los
antoneros abandonaron la ciudad casi un siglo antes. El 16 de noviembre, el
consistorio acordó formalmente pedir a la corona la cesión de la iglesia, junto
con las rentas que pudieran haber sobrevivido de la anterior comunidad
religiosa, para atender con ellas su reparación e impedir el avance del proceso
de ruina. El 9 de marzo de 1817, el rey Fernando VII firmó la correspondiente
real orden, disponiendo en ella la entrega de las llaves y enseres al
ayuntamiento que, en sesión del 9 de abril, comisionó al regidor Ignacio
Rodríguez de Fonseca para hacerse cargo de esos bienes, si bien los
responsables del Tesoro Público, de acuerdo con una secular costumbre,
regatearon la entrega del dinero que pudiera quedar de la orden extinguida,
haciéndolo solo del templo y su contenido material.
Dentro de un mes se cumplirán
doscientos años, dos siglos nada menos, desde que la iglesia de la Virgen de la
Luz es propiedad del Ayuntamiento, o sea, de la Ciudad de Cuenca. Ocasión
semejante no debería ser ignorada por quienes tienen la responsabilidad (el
honor también, cabría decir) de
conservar un edificio que, además, es una auténtica joya de la arquitectura
española, justamente reconocido hace apenas unos meses con la distinción de
monumento. Aquel suceso y la época en que ocurrió se presta maravillosamente
para ofrecer seminarios, conferencias, exposiciones, conciertos y todo lo que
es consustancial con este tipo de conmemoraciones, pero lo mejor sería que
hubiera una amplia campaña de difusión o sensibilización para que los
conquenses (sobre todo los niños) acudieran a conocer en detalle lo que de arte
ofrece el templo y en ello debería incluirse una discreta sugerencia a los
guías turísticos para que, además de hacer lo que hacen, amplíen sus propuestas
llevando a los visitantes hasta este lugar tan emblemático, por ahora fuera de
los recorridos convencionales.
Tenemos ahí, casi al alcance de la
mano, en un paraje urbano de excepcional belleza, uno de los más notables
edificios elaborados por la mano diestra de Martín de Aldehuela, el más
brillante ejemplo del rococó religioso español, un ámbito singular en que la
arquitectura incardina con la religión, el arte con la devoción, para
ofrecernos un espacio realmente singular, encantador, bellísimo. Ahí queda la
tarea para que la asuma, si tiene ganas, la autoridad municipal, implicando a
la sociedad civil, asociaciones vecinales y culturales, colegios, guías
turísticos, hoteles y todo el que quiera participar.
Doscientos años lo merecen. Y el
templo de la patrona, también.
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