02 10 2016 UNA VISIÓN DESCARNADA DE CUENCA
Una visión descarnada de Cuenca
Dentro de unos días se va proyectar
públicamente, después de mucho tiempo de permanecer almacenado y casi en el
olvido, el documental Cuenca, dirigido
por Carlos Saura, en la que fue su primera película. Antes de ella, sólo había
realizado un breve cortometraje, como práctica de final de curso en la Escuela
de Cine.
En 1958, Carlos Saura emprende en
Cuenca una singular empresa cinematográfica, que habría de tener honda
repercusión en la historia del cine español. Cuenca es el primer gran documental, dicho en sentido moderno,
realizado en nuestro país, rompiendo los moldes vigentes hasta entonces cuando
se consideraba que una película de ese género debería tener un carácter
propagandístico de interés turístico, limpio, por ello, de cualquier
connotación crítica. Con ese espíritu encargó el trabajo el Ayuntamiento de
Cuenca, en acuerdo adoptado el 24 de septiembre de 1956. El texto del guión
estaba en manos municipales un par de meses más tarde y fue entregado a una
comisión especial para su estudio. Saura, entonces recién titulado en la
Escuela Oficial de Cine, asumió la tarea con una óptica muy diferente a la que
esperaban quienes se las prometían muy felices con un vehículo publicitario en
soporte cine.
La
primera proyección de la película en Cuenca provocó una auténtica tormenta de
opiniones, en su mayoría desfavorables. El estreno tuvo lugar en el Cine Club
Palafox, el 16 de noviembre de 1958; la proyección fue precedida de una
presentación a cargo de Carlos Saura, quien explicó las líneas maestras en que
se había basado para la realización, analizando los diversos elementos que
había tenido en cuenta para la organización de su trabajo.
Como resumen y reflejo de
la impresión adversa producida en un sector del público, el periódico Ofensiva recogía un larguísimo artículo
de un prohombre bien conocido en la ciudad, Bonifacio Enrique Benítez, que
luego sería concejal de Cultura, quien no oculta ni disimula en forma alguna su
pensamiento, apelando, de entrada, al habitual sentido localista y patriótico
que suelen inspirar los asuntos que no son del bondadoso agrado de todos porque
“como conquense que siente a su tierra en
lo más hondo, me considero en la obligación de exponer estos comentarios, sin
otra finalidad que la de remediar en lo posible lo que consideramos fallos de
la película, aunque solo sea porque a través de este documental va a conocer el
resto de España, y posiblemente el extranjero, a una Cuenca que no es la
auténtica” y añade: “Sinceramente
creemos que no se ha sabido captar en él la esencia de la Cuenca verdad”. O
sea, las rocas, los ríos, la belleza, el paisaje, los bailes regionales, el
morteruelo, las Casas Colgadas, la Ciudad Encantada. Esa es, a juicio de
muchos, la verdad, la autenticidad. Y si hablamos de la Semana Santa, “¿Dónde está recogido en el documental el
fervor religioso de todo un pueblo, el orden y silencio de nuestros desfiles,
su desnuda pero impresionante sencillez?”. Y así, en esa línea, el señor
Benítez continúa argumentando la crítica, desde el honor conquense ofendido por
la impureza de unas imágenes a lo que se debe añadir “como un fracaso sin paliativos su banda sonora”, y que “el texto es pobre, sin alma ni emoción”, encima
mal leído, porque “no hay un solo momento
en que la voz monorrítmica y falta de matices de Francisco Rabal nos emocione o
nos cautive por lo que describe”.
Cuenca es un documental basado en la realidad, tal cual era en esos momentos y
por eso rompió los moldes del género vigentes en España, donde el monopolio del
sector lo ejercía el No-Do con su triunfal y bondadosa recreación cotidiana de
la imagen de un país ficticio, donde no había problemas ni dolores.
No somos muchos quienes
hemos visto -yo, en varias ocasiones- este excelente documental. Me pregunto,
ahora que llega el momento de que vuelva a ser visionado, cuál será la
impresión, el impacto sensorial, las opiniones, del público de hoy, sesenta
años después de haber sido realizado. Estoy convencido de que sigue existiendo
un sector convencido de que la propaganda turística exige que todo sea limpio,
bonito, reluciente, sin mácula. Me gustaría creer que el tiempo ha hecho evolucionar
a la sociedad y que las nuevas generaciones se mostrarán más abiertas,
dispuestas a enfrentarse con la realidad como es, sin aditamentos ni photoshops
correctores. En cualquier caso, guste verlo o se prefiera el juego del
avestruz, la película de Saura es un ejercicio de realismo. Así era Cuenca
entonces y eso es lo que vamos a ver.
Comentarios
Publicar un comentario