01 04 2017 CONQUENSES EN LA DIÁSPORA
Conquenses en la diáspora
Estos días, dos
ciudadanos conquenses se encuentran en el epicentro de dos destacadas
celebraciones históricas que con todo entusiasmo están en desarrollo en también
dos lugares diferenciados y distanciados de España. No parece que hasta aquí,
el lugar en que ambos nacieron, estén llegando ni vayan a llegar los ecos de
esas festividades, lo que contribuye a aumentar la impresión que ya tengo,
subjetiva desde luego, de que esta ciudad está inmersa en un proceso acelerado
de enrocamiento sobre sí misma, un mirarse continuamente el ombligo, desdeñando
todo lo que hay fuera, incluso cuando, como ocurre en estos casos, hay motivos
sobrados para sentir un aroma de satisfactorio orgullo por contar con dos
conquenses implicados en las celebraciones que otros llevan a cabo.
Es la primera el año
jubilar o año santo de Caravaca de la Cruz, localidad murciana famosa desde la
Edad Media por el denominado milagro de la cruz de Caravaca. Según el relato
que se da como histórico (allí, desde luego, lo creen a pies juntillas), en
1232 el rey moro de Murcia, en un debate teológico con un sacerdote preso en
sus cárceles, le pidió una prueba fehaciente de la certeza de la fe cristiana,
oficiando misa, ritual que deseaba conocer. El sacerdote dijo que, para ello,
necesitaba una cruz y en ese instante, dos ángeles descendieron
desde el cielo y depositaron delicadamente una cruz de doble brazo sobre el
altar. La leyenda y la devoción fueron creciendo y en 1617 se levantó el
santuario de la Vera Cruz, desde entonces epicentro de la devoción. En 1998, el
papa concedió a Caravaca celebrar de manera permanente cada siete años un año
jubilar, elevándola a la misma categoría espiritual que ya tenían Santiago de
Compostela, Santo Toribio de Liébana, Roma y Jerusalén. Este año de 2017
celebran en Caravaca de la Cruz su año jubilar con un esforzado programa que
están difundiendo, con acierto, por todos los medios. El autor del presunto milagro
sobre el que se basa el actual esplendor turístico del lugar era Ginés Pérez
Chirino, natural de Cuenca y misionero en tierras de infieles. Su nombre
distingue hoy al instituto de Caravaca de la Cruz. No creo que en Cuenca haya
el menor rastro de este famoso personaje ni a nadie se le ha ocurrido poner su
nombre a una calle.
Sí la tiene Juan
Gómez de Mora, el arquitecto autor de la Plaza Mayor de Madrid, que también
está de cumpleaños o, por decirlo mejor, de centenario y también en la villa y
corte están batiendo campanas y echando la casa por la ventana para celebrar el
acontecimiento. Como es fácil suponer, existía ya de antiguo una Plaza Mayor,
antes de que la ciudad fuera designada para ocupar la distinción de capital de
las Españas, comenzando entonces, con Felipe II, una ampliación del que era
diminuto espacio, para adaptarlo a las nuevas circunstancias derivadas del
concepto capitalino. Fueron derribadas numerosas viviendas existentes en la
zona, se levantaron otras nuevas, como la Casa de la Panadería y así llegamos a
1617, cuando Felipe III encomienda a Gómez de Mora el diseño definitivo y la
terminación de la plaza, hasta quedar tal como hoy la vemos. Una auténtica
delicia, una obra magna del arte arquitectónico, con la firma de un conquense de
memoria imperecedera. En Madrid, como sabemos, porque se está aireando
debidamente, van a celebrar con todos los artificios imaginables el cuarto
centenario de su hermosa y acogedora Plaza Mayor, lo que dará lugar, con toda
certeza, a los necesarios reconocimientos hacia quien fue el artífice material
de tan delicada construcción.
En otros tiempos en
que esta ciudad nuestra se orientaba hacia otros objetivos y existían otras
sensibilidades, se habrían promovido movimientos de simpatía hacia las figuras
de Ginés Pérez Chirino y Juan Gómez de Mora. No van por ahí las preocupaciones
cotidianas actuales de los conquenses y, sobre todo, de quienes dirigen los
actos y los hechos de esta ciudad; si han dejado pasar en vergonzante silencio
el segundo centenario de la municipalización de la iglesia de la Virgen de la
Luz, es lógico pensar que no disponen de tiempo para andar pendientes de otras
minucias que puedan distraerles de sus graves e importantes quehaceres. Que
haya habido por ahí conquenses haciendo milagros o levantando plazas mayores
son cuestiones de poca monta a las que no hace falta prestar atención alguna.
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